He tenido un momento la intención de poner al frente de esta traducción de los dos «Enrique IV» de Shakespeare, el nombre de «Falstaff». El personaje secundario, destinado por el poeta a servir de contraste a la figura de su héroe, ha salido del plan inferior y ocupa hoy la parte más luminosa de la escena. Los grandes caracteres de esa concepción genial quedan y quedarán; pero la universal popularidad de Falstaff no tiene hoy más rival que la de Don Quijote, que se mueve en otra región absolutamente distinta del mundo moral. Falstaff encarna los vicios, el humour, el escepticismo de una raza sanguínea, en la que la materia fuertemente reconstituida por la vigorosa alimentación diaria, predomina sobre el espíritu y mantiene vivos los deseos, aun más allá de los límites dentro de los cuales puede satisfacerlos, como observa Harry de su insigne amigo. El hidalgo, por el contrario, es casi inmaterial y las satisfacciones de la carne son letra muerta para él, que vive el sueño de su raza, estrecho, enfático, pero caballeresco y abnegado. Falstaff, en la venta, hubiera reemplazado callandito al arriero; Don Quijote, en Eastcheap, habría rendido gentil homenaje, con su elocuencia grave y decorosa, a la ilustre Rompe-Sábanas, sin contar que en Shrewsbury se habría puesto decididamente del lado de Hotspur, combatiendo como un león.
Está probado que Shakespeare dio primeramente a su original creación el nombre de Sir John Oldcastle. Las pasiones religiosas han sido siempre de una extrema violencia en el Reino Unido y el nombre famoso del sectario muerto en la hoguera en 1417, después de haber convulsionado la Inglaterra y haber sido uno de los más nobles y vehementes jefes de la Reforma, había quedado en el vulgo, como sin duda quedó en la plebe romana el de Giordano Bruno, rodeado de una atmósfera de animadversión y desprecio. Tal vez Shakespeare quiso especular sobre ese sentimiento dando a su creación una probabilidad más de éxito. Pero a tiempo reaccionó, cuando por alguna insinuación estudió la vida de Oldcastle y vio en él un mártir de la libertad del pensamiento.
Así lo consiguió el mismo más tarde, borrando, con una palabra de respeto, la primera irreverencia. Lo mismo habría hecho seguramente con Juana de Arco, ese puro símbolo del patriotismo, si el odio engendrado en su corazón de inglés por tres siglos de lucha, no ofuscara su espíritu.
De donde tomó el nombre de Sir John Falstaff? Fue acaso, como lo pretenden algunos comentadores, para consagrar el rencor popular contra el famoso capitán Sir John Falstaff, (1387-1459) segundo de Talbot en la campaña de Francia de 1429, y a quien la Doncella de Orleáns hizo retroceder tantas veces? No es creíble; el recuerdo del general que se distinguió en Azincourt, en Meaux, en Montereau, Saint-Ouen, Lestray y cien acciones de igual brillo, no podía haber quedado en la memoria del pueblo en tan baja opinión, que justificara la burla de Shakespeare.
Lo probable es que un azar hizo recordar a Shakespeare, en momentos de desbautizar a su héroe, por respeto a Sir John Oldcastle, el nombre del Falstolphe a quien se refiere el Doctor James.
De todas maneras, Falstaff no es hoy más que el héroe de Shakespeare y todos sus homónimos, más o menos ilustres, han desaparecido de la memoria de los hombres.
Madrid, Octubre 1891.