https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Enrique IV" de William Shakespeare (página 5) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Miércoles 30 de abril de 2025
  Home   Biblioteca   Editorial      
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  3  4  (5)  6  7 
 

IV

 

Tal es el Fatstaff de Enrique IV, porque, a mis ojos, el de las Alegres Comadres de Windsor no es el mismo tipo. Largo tiempo después de enterrarle, Shakespeare le resucitó. El público no se consolaba de ver en la tumba tanta alegría vibrante, tanto buen humor, y en su concepto, Hal necesitó Azincourt para hacerse perdonar su ingratitud para con Sir John. Los críticos han establecido, a favor de una que otra frase suelta de la comedia, que la acción de las «Merry wives», pasa en la época intermediaria de la segundo parte de Enrique IV a Enrique V. Convenido, pero Sir John ha muerto a mis ojos y aquel trozo informe de carne que arrojan al río en un canasto de ropa sucia, que es víctima de farsas imbéciles, no es el chispeante habituado de East-Cheap, el de la lengua lista, el recurso ágil, la parada instintiva. No me consuelo de verle perder su aureola. Tal así, el Athelstane de Ivanhoe, personaje típico, completo, es ridículo cuando Walter Scott, a ruegos de un editor absurdo, le arranca de la tumba para llamarle a la acción. Donde Shakespeare pone la garra, rastro queda, sin duda. Pero Sir John merecía más respeto. Había concluido su carrera; sin la luz de Hal, volvía a la sombra; sin la noble compañía que hasta cierto punto ennoblecía sus vicios, se convierte en un viejo truhán común. A más, lo diré? Shakespeare necesita el contraste para hacer brillar su humour incomparable; los grandes golpes de Hotspur, la melancolía secreta de Bolingbroke, le sirven para destacar la figura insouciante de Falstaff, repleta de la non curanza de la vida seria. En Windsor, el cuadro es pequeño y los personajes, si bien grotescos, insípidos. Sir John es caballero al fin y al cabo y necesita apegarse por algún punto a su mundo normal. A más, en Windsor está muy viejo ya. El cabello gris, cuyos reflejos se coloreaban al resplandor de su faz rojiza, están ya blancos. Burlado por un par de viejas ridículas, él, que hizo frente al lord Gran Juez, él, que se batió en Shrewsbury y que se midió con el cadáver de Percy!

Shakespeare necesita el contraste, porque la vida es contraste y él es el reflector supremo del mundo moral. Así destaca el alma- abismo de Ricardo III, así da relieve a Lear, así, en la noche de angustia que precede a Azincourt, arroja sobre la tela sombría el clarear ridículo del capitán galense. Falstaff está en su cuadro natural en Enrique IV. Es ese su campo de batalla y allí debió morir, no de la muerte trágica de Hotspur, sino tras la tela, en la melancolía nostálgica de la ingratitud de Hal.

Si, la ingratitud! Me he reconciliado con el viejo doctor Johnson, al verle criticar la dura solución de Shakespeare. Hazlitt sigue sus huellas. F. V. Hugo, el prolijo comentador, aplaude. «Falstaff primer ministro de Enrique V! Apicio, consejero de Marco Aurelio!». No, ni ministro, ni consejero, pero si al alcance de la irradiación real. La historia se opone! Bah! ya que el poeta da a Hal la fuerza y el valor necesarios para derribar a Hotspur, porqué no darle la magnanimidad, la energía de conservar a Falstaff a su lado? Una pensión, a él! Para que vaya a vegetar en una aldea, plantando coles, extasiándose ante el piar de la menuda plebe, solo y triste en medio de las ferias, como el viejo Wagner de Goethe? No, por el cielo! Puesto que la grandeza de Enrique V, tiene por origen la experiencia de Hal, porqué abandonar al maestro?

A más, cuando brota en un espíritu humano, bajo una iluminación soberbia, una de esas figuras acabadas, cuando se crea un tipo inmortal, cuando con él se hace feliz por una hora a la humanidad entera, durante infinitas generaciones, una tumba callada, un fin obscuro es la ingratitud suprema.

Shakespeare escribió Enrique IV en 1597; tres años más tarde nació Hamlet. Cuando el poeta trae a los labios del príncipe de Dinamarca, cuya mano sostiene el cráneo del «poor Yorick» aquellos versos impregnados de cariñoso recuerdo, no flotaba tal vez en su espíritu la imagen del valiente Jack, «tanto más valiente cuanto que es el viejo Jack»?

Reposa, reposa en la paz sonora de tu gloria, enorme Sir John; sobre tu tumba no arroja su tristeza la sombra del árbol funeral, ni corren las brisas dolientes, música eterna de los sepulcros. Debes dormir mecido por el rumor vibrante de las expansiones juveniles, en el declive de una colina cubierta de viñas trepadoras, en tierra dorada por el sol. Hasta ti debe llegar el eco franco de la alegría que sembraste y que brota, crece y aumenta a medida que tu nombre conquista el mundo habitado. Cerca de ti duerme quizá Sancho; a esta hora seréis amigos. Su bota de Valdepeñas vale tu jarro de «Old Sack» y cuando te describa los encantos de Dulcinea, sonreirás con fatuidad pensando en que Mistress Quickly no era mal en su tiempo.

Duerme, que los hombres conservan tu memoria y repiten tu frase famosa con una ligera variante: «Si desde que el viejo Jack dejó de existir, no ha desaparecido la alegría, la verdadera alegría sobre la tierra, consiento en ser un arenque ahumado!»

 

 
Páginas 1  2  3  4  (5)  6  7 
 
 
Consiga Enrique IV de William Shakespeare en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Enrique IV de William Shakespeare   Enrique IV
de William Shakespeare

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2025 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com