La mayor parte de las obras de Shakespeare están traducidas en todos los idiomas occidentales. La cultura universal ha pronunciado su fallo definitivo sobre el mayor genio dramático que la humanidad ha producido y las viejas querellas de escuela, al repasar ante nuestros ojos, en el estudio de la historia crítica de esa obra colosal, nos parecen más absurdas aun que las controversias de los médicos del siglo XV sobre las causas determinantes del sexo en la fecundación. Cómo nace en el cerebro una concepción genial o como se forma en las entrañas maternas un cuerpo de líneas puras, son cuestiones que por el momento la ciencia humana deja prudentemente de lado, para solo estudiar el resultado prodigioso. En Shakespeare, el misterio no se limita al arcano inexplorado de la gestación; todo lo que al poeta se refiere está envuelto en una sombra impenetrable, y que jamás despejará la humanidad. El progreso de la ciencia fisiológica puede llegar algún día a penetrar las leyes que rigen el pensamiento y hasta explicar las razones que determinan la intensidad de su manifestación; jamás se sabrá quien fue Shakespeare.
La ciencia histórica, ayudada por un método de asombrosa severidad, nos ha revelado el secreto de la vida de la mayor parte de los hombres famosos de la antigüedad. Sus actos, su corte intelectual, su vida privada misma, todo se rehace, a la luz de datos inconexos, pero que la exégesis aclara, y la vida de un hombre extraordinario, separada de la nuestra por solo tres siglos, que ha dejado tras sí la obra intelectual más poderosa de que puede estar orgulloso el género humano, nos es más desconocida que la existencia de cualesquiera de los mignons de Enrique III.
Hasta tal punto llega nuestra ignorancia respecto a lo que a Shakespeare se refiere que un paciente americano, después de una labor digna por cierto de una causa más racional, ha tratado, no hace mucho, de despojar al poeta de la corona de gloria que el mundo le ha discernido, para ceñir con ella la frente de un hombre de espíritu altísimo y de calma ruin, Bacon, a quien atribuye la paternidad de las obras dramáticas que Shakespeare firmara para ocultar al autor, cuya alta situación le impidiera dar su nombre. Escribir el «rey Lear» en la sombra y emplear un testaferro para lanzar «Hamlet»! El sentido común ha dado cuenta de esa estrafalaria concepción- Shakespeare sigue creciendo a medida que los tiempos corren y que la conciencia humana se persuade que ese parto maravilloso de la tierra es ya de casi imposible renovación.
Qué se sabe de positivo de Shakespeare? Nada más de lo que dice Steevens, uno de sus mejores biógrafos:
«Todo lo que se sabe con cierto grado de certidumbre acerca de Shakespeare, es que nació en Stratford-upon-Avon; que casó allí y tuvo hijos; que fue a Londres donde empezó la carrera siendo actor y luego escribió poemas y comedias; que volvió a Stratford y que allí hizo testamento, murió y recibió sepultura.»
Nada más; sobre esos datos, la intensa curiosidad despertada por el autor de una obra tan extraordinaria, ha bordado, apoyándose en detalles, suposiciones, deducciones etc. que la crítica severa no puede tomar en cuenta, una vida completa, con sus anécdotas características y hasta conatos de estudio psicológico, sobre un carácter totalmente desconocido y que no ha dejado reflejos de su propia personalidad en todo el curso de sus inmensos trabajos.
Si por el fruto se conoce el árbol, según una expresión que el mismo Shakespeare pone en boca de Falstaff, no hay duda que el alma que concibió los tipos levantados del drama shakespeariano, tenía el temple puro y sin tacha de los grandes caracteres. La afección profunda del pueblo inglés, atribuyendo a su autor favorito todos los elementos que ennoblecen el espíritu humano, está aquí justificada por la deducción más rigurosa y justiciera. Basta haber visto un cuadro de Rubens de la buena manera, una de aquellas telas irradiantes de luz esplendorosa arrojada a raudales, sin medida, como saliendo a borbotones de la inagotable fuente, para forjarse, en un instante, una idea lógica de la vida y los gustos del incomparable artista. El que así derrocha sus fuerzas, el que se da todo entero a la obra del momento, debe haber concebido la existencia con extraordinaria amplitud, haberse rodeado de todas las cosas que embellecen la vida, frecuentado los grandes de la tierra y mezcládose al movimiento activo de su tiempo. Y en efecto, tal fue la vida de Rubens. En cambio, la manera exigua, parsimoniosa, paciente y concienzuda de un holandés, nos refleja, como en un diorama, la apacible existencia del artista, su trabajo tenaz, sus reposos del domingo en los suburbios, su hogar tranquilo y numeroso, su dulce y apagada existencia.
La conexión profunda de la obra de arte, cuando es de orden superior, con la naturaleza moral que la produce, da cierta legitimidad positiva a esa deducción. Aplicada a Shakespeare y a su obra, hace resaltar del primer golpe un organismo esencialmente intelectual, viviendo dentro de sí mismo con tal intensidad, que los fenómenos de la vida objetiva desaparecen por completo sin dejar rastros de su influencia. La rapidez con que Shakespeare producía, paseando su espíritu por los ámbitos todos que la inteligencia y la imaginación de los hombres han alcanzado, no basta para explicar que el poeta tuviera tiempo sobrado para entregarse a las preocupaciones vulgares de la vida corriente. Me lo represento silencioso, humilde, de aspecto débil y simpático, con unos grandes ojos luminosos, transparentando el mundo de sueños que era su región normal, inclinado durante el día sobre una mesa de trabajo, por la noche en su teatro, entregando por completo la gestión económica de la empresa a su socio de ocasión, querido y respetado por todos, arreglando las ásperas querellas de sus compañeros, buscado por los grandes señores, deferente y agradecido a sus favores, viendo los ridículos humanos con implacable intensidad, pero dando alas gigantes al germen de todo sentimiento noble.- formando a Desdémona de una lágrima, a Miranda de un soplo, a Julieta de un beso, a Hamlet de una idea, a Iago de una sombra, a Hotspur de un ímpetu, a Falstaff de una sonrisa.
Qué nos importa saber más sobre él, si cuidó caballos a la puerta de un teatro si fue mal cómico, sí reemplazó a un amigo en una cita de amor, si vivió como un burgués enriquecido sus últimos años en Stratford? El contacto de su alma le tenemos en sus obras, contacto tan perenne e inmutable, que escapa el tiempo y al espacio, contacto que persistirá mientras el organismo humano no se modifique, mientras el hombre odie, ame, sueñe, delire, ambicione o niegue.