-Demasiado tiempo.
-¡Mátalo!
-¡Elimínalo!
El monólogo se vio interrumpido de repente, cuando unos breves
pero continuos golpes, sonaron en la puerta del despacho.
La sensual voz de Laura Rojas llegó hasta sus oídos.
-Mario, ¿te encuentras bien?
-Vamos, Mario...
-Sé que estás ahí.
-¡Abre la puerta, chiquitín!
Mario alzó la cabeza involuntariamente. Observó la puerta con ojos
distantes. Frunció el entrecejo y se apretó el estómago exhibiendo un ligero
gesto de dolor. Definitivamente no quería ver a nadie. Y mucho menos deseaba
mantener una conversación con esa zorra de Laura Rojas.
-¡Vete! -gritó Mario con voz angustiada.
-Mario, por favor, ¡abre la puerta!
-¡Déjame en paz!
Fue entonces cuando la vio. Allí estaba. Situada entre el marco de
la puerta y el perchero. Perfectamente acomodada y lista para ser utilizada. Un
agradable recuerdo de su última estancia en tierras regiomontanas, y más
concretamente de su visita a "El Rodeo de Medianoche". El nudo corredizo era
casi perfecto y un metro de soga extra parecía ser más que suficiente.
Mario dirigió la mirada hacia el techo, pero no descubrió ninguna
vieja viga. Ni siquiera una nueva. En las películas siempre había una viga
cuando se la necesitaba. Pero aquella situación
no había sido extraída de una película. Se trataba de la cruel, vil y despiadada
realidad.