-Está bien Mario. Vaya a refrescarse y cuando regrese, tráigame
los expedientes del caso Murieta. Quizá la señorita Rojas pueda encargarse de
ese asunto.
Sin decir una palabra, Mario abandonó la sala de juntas y se
dirigió al pasillo central. Abrió la puerta de los aseos y rápidamente, se
introdujo en el excusado con la seria intención de devolver. Sin embargo, sus
esfuerzos no obtuvieron resultados inmediatos.
-¡Hijo de puta! -exclamó en voz baja mientras introducía los dedos
en su garganta para provocar el vómito.
Una oleada de fluidos estomacales, combinados con los restos de un
desayuno a medio digerir, manaron a borbotones de su interior, ensuciando por
completo la taza del inodoro.
Hacía más de dos semanas que Mario no probaba una sola gota de
alcohol. Desde aquel día en el que había almorzado con el Juez Moreno en el
Sanborns de Ciudad Juárez, a donde había viajado para ultimar ciertos detalles
legales sobre un caso de demanda conyugal por malos tratos.
-¡Hijo de puta! -volvió a exclamar, esta vez en voz alta.
-¡Ojala te mueras!
Una nueva arcada provocó que Mario se agachara instintivamente,
aunque esta vez su estómago solamente arrojó un poco de bilis, dejándole un
fuerte sabor amargo en la boca.
-¡Maldita sea!