El caído sonreía a Jeremías con una mirada tonta y le decía
"hermano", intentaba explicar lo increíble pero no llegó a hacerlo, la mujer al
verlo caído había tomado una gruesa rama del suelo y comenzó a golpearlo en la
cabeza; los ancianos aterrorizados gritaban sin saber qué hacer mientras el
charco de sangre del amo se mezclaba con la sangre del prisionero.
Jeremías se supo perdido, igual que todos los demás y cayó de
rodillas suplicando ayuda divina.
Caramba -me dije-, vine a traer paz y esto es mucho peor de lo
que tenían. Creo que debo volver al principio y buscar otra alternativa
mejor.
Volver a la escena original me produjo algo de tranquilidad
pero noté también una creciente ansiedad en mí.
¿Cómo era que no lograba dar con la fórmula indicada si mi
misión era sacrosanta?
Esto se me hacía más difícil cada vez. Encomendándome a Dios me
puse a pensar en otra posibilidad.
Esta vez la acción se iniciaba cuando la mujer se arrastraba
hasta el amo con un niño en los brazos y se prendía a sus pantalones pidiéndole
piedad.
Amo, te lo suplico; éste es tu hijo y en mi vientre hay otro
que también es tuyo, por ellos te pido que perdones a mi esposo; te juro que ha
aprendido y no volverá a repetirse su ofensa hacia ti. Mira que tú eres poderoso
y nosotros no significamos nada; Dios te está mirando, sé piadoso, Él sabrá
agradecértelo y todos te obedeceremos por siempre sin chistar.