-Hasta sus hijos desaparecerán, los masacraré a todos...
Jeremías no prestó atención a los gritos del prisionero pero
miraba incrédulo el comportamiento del patrón.
La escena duró lo suficiente para que hasta la mujer se parara
y observara, muda, al amo.
De repente el amo dejó de reír, me pareció que finalmente
comprendía lo que pasaba; por algún sortilegio había cambiado de esclavo en
desgracia a amo poderoso.
Sus ojos se clavaron en el prisionero y se hicieron muy
pequeños.
-Hijo de puta -le dijo con rabia- ahora vas a saber lo que es
bueno.
Mientras hablaba y se iba acercando sacó el arma de su cinto,
le apuntó a una pierna y disparó.
El grito de dolor del herido se mezcló con los de los otros
negros.
Luego apuntó al brazo y volvió a disparar. Los gritos
aumentaron.
Riéndose histéricamente le apoyó el revolver en la sien; el
herido lloraba y suplicaba...
En ese momento Jeremías, llevado por la indignación, le dio un
latigazo al amo que lo hizo caer. Inmediatamente tomó su arma y le apuntó.
Patrón -le dijo- perdóneme pero esto es demasiado; soy un
hombre y no puedo permitirlo.