-¿Cómo se llama? -preguntó.
-Esteban, amo, le puse el nombre de mi padre -dijo la
mujer.
-Me gusta. Esteban, repitió, es un buen nombre. Y este será un
gran hombre; yo voy a ocuparme de ti Esteban, tendrás lo que necesites, te
enseñaré a montar y a curar caballos. Vas a tener una buena vida.
Los otros negros seguían los acontecimientos incrédulos primero
y encantados después. El amo tenía esposa desde hacía mucho pero ella jamás le
había dado un hijo, él solía decir que no lo necesitaba, que los niños eran un
estorbo, pero ahora la verdad se revelaba en la oscuridad y en una situación tan
extraña que parecía inventada por un loco.
Jeremías pidió permiso para desatar al prisionero, lo recostó
contra un árbol y se ocupó con los dos ancianos de reanimarlo.
La mujer se acercó al amo para besarle las manos en
agradecimiento, él, sin soltar al pequeño le acarició la panza que guardaba a su
otro hijo. Hasta pareció que le sonreía.
Esta extraña escena se trastocó de repente. Un grupo de hombres
montados y armados con rifles apareció de la nada.
Se quedaron observando y luego increparon al hombre blanco.
-Me parece -dijo uno de ellos- que nos hemos topado con un
grupo de asquerosos negros y otro peor aún: un blanco amigo de los negros.
-Eso parece -dijo otro de los recién llegados- el olor me
produce náuseas. Creo que tenemos que poner orden aquí.