Pero no han parado aquí mis constantes esfuerzos para formar mi razón y mi espíritu. En el año de 1839 formamos en mi país una sociedad para entregarnos a los estudios literarios. Los doctores Aberastáin, Quiroga, Cortínez, otro joven y yo, nos hemos reunido durante dos años consecutivos, por mi parte casi sin falta de una sola noche, a darnos cuenta de las lecturas que hacíamos, y formamos un sistema de principios claros y fijos, sobre literatura, política y moral, etc. Entonces hemos estudiado de una manera crítica y ordenada la literatura francesa. Entonces he conocido a Hugo, Dumas, Lamartine, Chateaubriand, Thiers, Guizot, Tocqueville, Lerminier, Jouffroy, y los de la Revista Enciclopédica, cuyos escritos sólo nosotros poseíamos, las revistas europeas y muchos otros escritores de nota que servían de texto a nuestros estudios. Esta útil e instructiva asociación duró hasta el momento en que las persecuciones políticas nos desparramaron. Hoy están todos aquellos compañeros en Chile, y pueden darme su testimonio, debiendo yo a cada uno de ellos muy particulares beneficios, y el haberme creído siempre en materia de conocimientos no muy inferior a ellos, y apoyándome con su amistad en la opinión de mis paisanos, que nunca han llegado a persuadirse que, sin haber estado en un colegio, hubiese por mi propia constancia y esfuerzo llegado a tener una razón, tal cual ilustrada. Ellos me han dado confianza en mí mismo, y hasta ahora me prodigan los cuidados de unos hermanos, afeándome mis extravíos, exhortándome a la constancia, y suministrándome consejos e ideas.
Así se ha formado esta educación lenta y obscuramente, y no es extraño que Godoy no haya visto nada de esto; porque a más de necesitarse ojos para ver, mis palabras, ni ninguna arrogante apariencia en mis exterioridades, han revelado nunca este trabajo interno, obra de la paciencia de una idea fija, llevada adelante, durante veinte años, en despecho de la pobreza, del aislamiento y de la falta de elementos de instrucción en la obscura provincia en que me he criado. En la infancia, en los viajes, en el destierro, en los ejércitos, en medio de las luchas de los partidos, en la emigración, en fin, no he conocido más amigos que los libros y los periódicos; no he frecuentado más tertulias que las de nombres de instrucción. Mis modales se resienten de esta falta de roce y mis apariencias desmienten todos los juicios favorables que alguna vez arranca una que otra producción literaria. Pero sé que no son muchos los jóvenes de mi edad que puedan vivir solos, meses enteros encerrados en un pobre gabinete, profundizando una idea útil, masticándola; que son pocos los jóvenes que sin mendigar la protección de nadie, ni andar prodigando visitas, y sin fortuna, puedan bastar a sus cortas necesidades y tengan el valor de despreciar las exigencias de la sociedad.
Ha dicho don Domingo S. Godoy que recién me estoy civilizando aquí, y es la pura verdad. Mis amigos y las personas que me tratan de cerca, se ríen de mi torpeza de modales' de mi falta de elegancia y de aliño, y de mis descuidos y desatenciones, y yo no soy de los últimos en acompañarles en sus burlas.