Por este tiempo cayó en mis manos la Vida de Ciceron por Middleton, y esto me sugirió la idea de estudiar la historia romana de memoria, y la de Grecia, por los catecismos de Ackerman, lo que realicé solo y en corto tiempo. Seguí solo estudiando geometría elemental, pero me fastidio y la dejé. Volví al latín con otro sacerdote, pero, asimismo, me cansó, y lo abandoné, porque no sabía qué hacer con estos conocimientos. Mis lecturas continuaban, Y como unos libros me hacían conocer la existencia de otros, Yo buscaba en San Juan todos los que llegaba a conocer por sus nombres y necesitaba para mis lecturas. Contaré una cosa de que he conservado siempre un vivo recuerdo. Una señora beata pasaba por mi tienda todos los días a misa y siempre me encontraba leyendo, con cuyo motivo decía a un amigo: "Este mocito ha de ser libertino...- ¿Y por qué, señora? -Porque hace ya un año que todos los días y a cualquier hora que pase, está siempre leyendo y no han de ser libros buenos los que lo tienen tan entretenido.» De este modo, y sin maestros ni colegios, he adquirido algunos rudimentos en las ciencias exactas, la historia, la moral y la filosofía, etc. Siendo aún muy joven, hablamos en los Andes con don Ramón Barí sobre metafísica, y los estudios que él estaba haciendo entonces en el Instituto, y me tomé la confianza de rebatírselos, lo cual le arrancó esta pregunta: «¿Y dónde has aprendido eso?», pregunta que no he olvidado nunca, porque análogas me hacen muchas a cada momento. Un amigo me decía: -«Tal artículo de usted está muy bueno, a la verdad nunca lo hubiera creído capaz de eso».- Ni yo tampoco, hombre -fue mi respuesta -; lo veo y no lo creo.
Para terminar la relación de estos estudios tan desordenados y que continúan hasta ahora, diré que el año 29, durante un tiempo en que estuve escondido por motivos políticos, pude proporcionarme una gramática vieja de Chantreau, y unos diccionarios, y cuando salí a luz, me había traducido muchos libros; que durante doce años he andado atisbando la pronunciación, que aun no es correcta; que el año 34 aprendí en Chile el inglés, pagando por mes y medio un maestro que me iniciase en él, y que hasta ahora no he podido aprender a pronunciarlo; que el año 37 aprendí en mi país el italiano, y el año 41 el portugués, aquí, por necesitarlo para la redacción de El Mercurio.