Sarmiento no pide el reconocimiento de ninguna originalidad personal en esas ideas. Son las de la precaria tradición institucional, y las expuestas en trabajos de Juan Bautista Alberdi, Andrés Lamas, Félix Frías, Mariano Fragueiro, Pedro Ferré, Facundo Quiroga y Florencio Varela. El agregó las suyas, en las que había mucho de intuición y mucho de estudio, sobre todo de la entonces exitosa experiencia norteamericana, y a todas las unificó en un proyecto coherente, realizable, hasta donde lo comprendieran y aceptaran las partes interesadas, incluyendo su proposición calificada como utópica de la capital en la isla Martín García. Paul Groussac la calificó de "fantasía" y lo repitió Emilio Ravignani, con más comprensión de su finalidad transitoria. Años después de la aparición de Argirópolis, Sarmiento relativizó aquella iniciativa, pero no tenía que arrepentirse de haberla propuesto: bajo el influjo de la solución encontrada en los Estados Unidos para no declarar capital a la ciudad más poderosa, Nueva York, vio en la isla de Martín García una solución abarcadora de todos los problemas y abierta como un abanico, por su condición de cerrojo de los ríos, a las comunicaciones fluviales que, según él, podían llegar hasta el Orinoco. Porque ese era el punto capital en la concepción política de Sarmiento: las vías de comunicación que abrirían a la circulación los productos de la región y el intercambio con Europa.
Sobre la cuestión había escrito en numerosos artículos, con sorprendente conocimiento geográfico, como lo destacó el historiador padre Guillermo Furlong en "Sarmiento y la geografía". En la iniciativa sarmientina, como asimismo había señalado en el Facundo, los vínculos entre la Argentina, el Uruguay y el Paraguay, que algunos críticos juzgaron como intento de reconstruir el Virreynato del Río de la Plata, que con verdad puede decirse que nunca llegó a establecerse cabalmente, esos vínculos y las formas que adquirieran, debían surgir del acuerdo espontáneo, sin presiones, de las partes interesadas. Dice Sarmiento: "Lejos de nosotros la idea de querer someter a la República del Uruguay, ni al Paraguay, a condiciones que no hayan sido libremente discutidas por ellos. Por esto que pedimos la reunión de un Congreso General, en que todos los intereses sean atendidos y que el pacto de unión y federación se establezca bajo tales bases". Sarmiento pensaba que con argumentos tales, Rosas no podría seguir oponiéndose a la realización del Congreso, cláusula fundamental del pacto de 1831. Rosas tenía sus razones para oponerse, como lo afirmó en la carta a Facundo Quiroga, escrita en la Hacienda de Figueroa, pero no tenía razón. Rosas fue un bonaerense, lo fue siempre; aun en el exilio ponderaba el poderío que el destino, según él, había dado a la provincia el puerto; la carta que escribió a Terrero en 1869, publicada por Enrique M. Barba, es significativa de su creencia en una Buenos Aires como Estado soberano.