Capítulo Primero
Españoles y
mestizos
El dorado disco del sol habíase ocultado tras los elevados
picos de las cordilleras; pero a través del transparente velo nocturno en que se
envolvía el hermoso cielo peruano, brillaba cierta luminosidad que permitía
distinguir claramente los objetos.
Era la hora en que el viento bienhechor, que soplaba fuera de
las viviendas, permitía vivir a la europea, y los habitantes de Lima, envueltos
en sus ligeros abrigos y conversando seriamente de los más fútiles asuntos,
recorrían las calles de la población.
Había, pues, gran movimiento en la plaza Mayor, ese foro de la
antigua Ciudad de los Reyes. Los artesanos disfrutaban de la frescura de la
tarde, descansando de sus trabajos diarios, y los vendedores circulaban entre la
muchedumbre, pregonando a grandes voces la excelencia de sus mercancías.
Las mujeres, con el rostro cuidadosamente oculto bajo la toca,
circulaban alrededor de los grupos de fumadores. Algunas señoras en traje de
baile, y con su abundante cabello recogido con flores naturales, se paseaban
gravemente en sus carretelas. Los indios pasaban sin levantar los ojos del
suelo, no creyéndose dignos de mirar a las personas, pero conteniendo en
silencio la envidia que los consumía. Los mestizos, relegados como los indios a
las últimas capas sociales, exteriorizaban su descontento más ruidosamente.
En cuanto a los españoles, orgullosos descendientes de Pizarro,
llevaban la cabeza erguida, como en el tiempo en que sus antepasados fundaron la
Ciudad de los Reyes, envolviendo en su desprecio a los indios, a quienes habían
vencido, y a los mestizos nacidos de sus relaciones con los indígenas del Nuevo
Mundo. Los indios, como todas las razas reducidas a la servidumbre, sólo
pensaban en romper sus cadenas, confundiendo en su profunda aversión a los
vencedores del antiguo Imperio de los incas y a los mestizos, especie de clase
media orgullosa e insolente.
Los mestizos, que eran españoles por el desprecio con que
miraban a los indios, e indios por el odio que profesaban a los españoles, se
consumían entre estos dos sentimientos igualmente vivos.