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Después de algunas negociaciones conseguí contratar a un joven y modesto muchacho en calidad de guía para realizar la ascensión de la montaña y el 13 de marzo, a la salida del sol, después de un saludable sueño, inicié la excursión en compañía del muchacho y de mi indio. Por un empinado sendero en pésimo estado, trepamos hasta un angosto claro, creado por la mano del hombre, entre espléndidos muros de selva y al llegar a unos 2.600 m de altura abandonamos el claro para internarnos en la selva, donde las matas de bambú habían invadido va en varios lugares el estrecho sendero, de modo que el guía debió abrir camino a machetazos. A 2.800 mts. de altura habíamos traspuesto ya el límite superior del bosque y nos encontramos al pie del escarpado, y, verdadero cono de la cima, cubierto tan sólo por un manto más o menos tupido de Caccineas. Entre las Vaccinitun, Floribundum y V. densiflorum crecen también otras gramíneas y una hermosa Melastomacea (Monocactuni) junto a la encantadora Castilleja irazuensis. No obstante, la flora del cono del volcán Turialba es, en general, mucho más pobre que la de la cumbre del Irazú (según las investigaciones de Pittier), que por ciertos pormenores nos recuerda el carácter de la flora alpina y hasta presenta una especie emparentada con nuestro Edelweiss (Gnaphalium attenuatum). A mi juicio, la razón de la uniformidad de la flora del Turialba debe buscarse en las violentas erupciones del volcán, ocurridas hace pocos decenios (1864/65 Y febrero 1866). Las cenizas debieron destruir la capa de vegetación original de la cima, de modo que ésta no pudo ser repoblada sino por la invasión vegetal proveniente de Irazú y, por la propagación de los resto, de plantas que lograron subsistir. En la parte superior del Cono del Turialba se muestra de manera muy ilustrativa cómo debía ocurrir el fenómeno: la capa de vegetación avanza más y más la forma circular hacia el cráter calvo e invade tramos cada vez más extensos de suelo, aparentemente estéril. Los bordes de la matas de Vaccineas penetran como lenguas en el árido terreno pedregoso.

Aquí y allá se han arraigado arbustos aislados, cual pioneros solitarios en medio de los pelados depósitos de lapilli y, luchan por estrechar cada vez más el cerco verde en torno a la boca de fuego de la montaña. Al cabo de los años logran su propósito, en tanto una nueva erupción no desbarate los esfuerzos realizados hasta el presente.

Debí conformarme con la grandiosa vista del cráter, pues las nubes habían tendido un denso velo por toda la Circundante y sólo emergían victoriosas las cumbres del Turialba y el Irazú, y cuando resolví escalar el pico más alto del primero (3.325 ni de acuerdo con las mediciones de Pittier), ya lo estaban envolviendo las nubes que se elevaban cada vez más. Debí desistir pues de mi propósito y limitarme a recorrer el cráter. En realidad, lo forman tres cráteres diferentes, dispuestos sobre un eje longitudinal noreste a sudoeste, y cada uno muestra sus características propias. La longitud total es de 1.400 m, su anchura la estimé en 300 a 400 mts.. El cráter occidental es el más reciente y fue escenario de la última erupción. Se encuentran aún allí considerables fumarolas activas, v los habitantes de la montaña van a recoger el azufre que evacua. el cráter central hay fumarolas más pequeñas de las que brota vapor de agua casi puro a + 75,4' C. El cráter oriental esta extinguido desde hace mucho tiempo.

Después que hube recorrido durante varias horas el interior de los diversos sectores del cráter, y siendo ya las tres de la tarde, abandonamos el lugar y la cresta sudoccidental (3.290 ni) de la montaña, adornada con una cruz y emprendimos el regreso a Santa Elena, donde llegamos al anochecer. Los honrados y cordiales moradores de ese solitario refugio ya nos estaban esperando con una cena caliente, sencilla pero bien preparada. A la mañana siguiente volví a Cirtago con ni¡ indio y el 15 de marzo a San José para Y disfrutar de un breve descanso, antes de emprender mi próximo viaje a Talannanca.

 
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de Karl Sapper

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