Y las tribunas, entrevistas desde lejos, le parecían
enormes ramilletes hechos de hojas de raso y claveles de carne. La seda acaricia
como la mano de una amante y ella tenía un deseo infinito de volver a
sentir ese contacto. Cuando anda la mujer, su falda va cantando un himno en loor
suyo. ¿Cuándo podría escuchar esas estrofas? Y veía
sus manos, y la extremidad de los dedos maltratada por la aguja, y se fijaba
tercamente en ese cuadro de esplendores y de fiestas, como en la noche de San
Silvestre ven los niños pobres esos pasteles, esas golosinas, esas
pirámides de caramelo que no gustarán ellos y que adornan los
escaparates de las dulcerías. ¿Por qué estaba ella
desterrada de ese paraíso? Su espejo le decía: "Eres joven y
bella". ¿Por qué padecía tanto? Luego, una voz se
levantaba en su interior diciendo: "No envidies esas cosas. La seda se
desgarra, el terciopelo se chafa, la epidermis se arruga con los años.
Bajo la azul superficie de ese lago hay mucho lodo."
"Todas las cosas tienen su lado luminoso y su lado
sombrío. ¿Recuerdas a tu amiga Rosa Té? Pues vive en ese
cielo de teatro tan lleno de talco y de oropeles y de lienzos pintados. Y el
marido que escogió la engaña y huye de su lado para correr en pos
de mujeres que valen menos que ella. Hay mortajas de seda y ataúdes de
palo surto, pero en todos hormiguean y muerden los gusanos."
Manón, sin embargo, anhelaba esos triunfos y esas galas.
Por eso dormía soñando con regocijos y con fiestas. Un
galán, parecido a los errantes caballeros que figuran en las leyendas
alemanas, se detenía bajo sus ventanas, y, trepando por una escala de
seda azul, llegaba hasta ella, la ceñía fuertemente con sus brazos
y bajaban después, cimbreándose en el aire, hasta la sombra del
olivar tendido abajo.