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Cuando Berta puso en el mármol de la mesa sus horquillas
de plata y sus pendientes de rubíes, el reloj de bronce, superado por la
imagen de Galatea dormida entre las rosas, dio con su agudo timbre doce
campanadas. Berta dejó que sus trenzas de rubio veneciano le besaran,
temblando, la cintura, y apagó con su aliento la bujía, para no
verse desvestida en el espejo. Después, pisando con sus pies desnudos los
nomeolvides de la alfombra, se dirigió al angosto lecho de madera color
de rosa, y, tras una brevísima oración, se recostó sobre
las blancas colchas que olían a holanda nueva y a violeta. En la caliente
alcoba se escuchaban, nada más, los pasos sigilosos de los duendes que
querían ver a Berta adormecida y el tic-tac de la péndola
incansable, enamorada eternamente de las horas. Berta cerró los ojos,
pero no dormía. Por su imaginación cruzaban a escape los caballos
del hipódromo. ¡Qué hermosa es la vida! Una casa cubierta de
tapices y rodeada por un cinturón de camelias blancas en los corredores;
abajo, los coches cuyo barniz luciente hiere el sol, y cuyo interior,
acolchonado y tibio, trasciende a piel de Rusia y cabritilla; los caballos que
piafan en las amplias caballerizas y las hermosas hojas de los plátanos,
erguidos en tibores japoneses; arriba, un cielo azul de raso nuevo, mucha luz, y
las notas de los pájaros subiendo, como almas de cristal por el
ámbar fluido de la atmósfera; adentro, el padre de cabellos
blancos que no encuentra jamás bastantes perlas ni bastantes blondas para
el armario de su hija; la madre que vela a su cabecera cuando enferma, y que
quisiera rodearla de algodones, como si fuese de porcelana quebradiza; los
niños que travesean desnudos en su cuna, y el espejo claro que
sonríe sobre el mármol del tocador. Afuera, el movimiento de la
vida, el ir y venir de los carruajes, el bullicio; y por la noche, cuando
termina el baile o el teatro, la figura del pobre enamorado que la aguarda y que
se aleja satisfecho cuando la ha visto apearse de su coche o cerrar los maderos
del balcón. Mucha luz, muchas flores y un traje de seda nuevo:
¡ésa es la vida!
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Después de las carreras
de Manuel Gutiérrez Najera
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