Por la tarde, después de la siesta, salgo de nuevo a la playa,
corro descalzo con todas mis fuerzas de un lado a otro sintiendo por dentro
oleadas de mar y de sal, del sol que se oculta por las tierras de Cádiz, mis
hermanos ríen y juegan sobre la arena, mi madre, sentada a la puerta de la casa
enjalbegada remienda la ropa sentada en una sillita baja de anea.
Y de pronto aparece mi padre con su sahariana azul y la cesta
de mimbre, se remanga los pantalones y camina por la arena hacia nosotros, mi
madre se levanta y mis hermanos y yo corremos a su encuentro, su sonrisa blanca
se mezcla con la música de la radio que una vez mas inunda la playa con los
acordes de la copla chiclanera.
Hace unos años, cuando mi madre tenía ya noventa y dos, le
hablé de este recuerdo, se quedó pensativa y sonriendo me dijo que durante uno o
dos años vivimos en la playa de «El Palo»en Málaga que, en efecto, solía haber
muchas tormentas pero enseguida volvía el buen tiempo. Y añadió que le
sorprendía pareciéndole muy raro que me acordase de aquello porque entonces yo
era un niño muy pequeño.