En una esquina un pequeño fogón ilumina las caras de mis
hermanos que sentados en una pequeña mesa de madera cubierta de un tapete de
hule hacen los deberes del colegio con lápices y gomas de borrar que sacan de
sus plumieres que para mi son camiones con los que juego cuando ellos dejan sus
carteras para ir a jugar.
Sobre la placa roja de la cocina mi madre se afana en freír
boquerones en una sartén honda con abundante aceite, los sujeta con los dedos de
cuatro en cuatro por las colas, los pasa por harina y los sumerge con un
delicioso crepitar que desprende los aromas del pescado mezclándose con el olor
a lluvia y mar que vienen de fuera.
Los truenos hacen temblar las paredes pero no me causan ningún
miedo, al contrario, tengo una sensación de placer. En la misma mesa en la que
mis hermanos ya han terminado sus deberes, mi hermana coloca platos y cubiertos
mientras mi hermano corta trozos de pan y los lleva a la mesa en un cestillo de
mimbre. Mi madre coloca una vela en el centro.