El anciano rey huía ante una sombra enorme, la sombra arrebatada del emperador Napoleón, que desde veinte días atrás se aproximaba a la capital del reino. El Emperador proyectaba su sombra y era una sombra tan pesada que no sólo oprimía al país sino también al mundo entero. Su dignidad era diferente de la de los reyes: poseía la dignidad de la violencia.
No heredó su corona sino que la conquistó. Descendía de una estirpe desconocida y confería la fama a sus antepasados anónimos en vez de recibirla de ellos como emperadores y reyes de nacimiento.
A la par que se elevaba, ennobleciéndose y coronándose, elevaba desconocidos y por eso era amado por la gente plebeya.
Durante mucho tiempo tuvo amedrentados y vencidos a los señores más poderosos de la tierra, por eso los pequeños le consideraban su vengador y le reconocían potestad de mando.
Le amaban porque lo consideraban su igual... y sin embargo él era más grande que ellos. Les daba ejemplo, y los servía de estimulo.
En todo el mundo era conocido el nombre del Emperador, pero poco sabían de él. Pues, lo mismo que un verdadero rey, él también era un solitario; amado y odiado, temido y venerado, rara vez comprendido. Como si fuera un dios, únicamente se le podía odiar o amar, temer o adorar. Y sin embargo, era un hombre.
El también tenia sus odios, sus amores, sus miedos y veneraciones. Era fuerte y débil, audaz y temeroso, fiel y traidor, apasionado é indiferente, soberbio y sencillo, orgulloso y vulgar, poderoso y pobre, confiado y astuto.
Prometió libertad y dignidad a los hombres... pero el que entraba a su servicio perdía la libertad y se le entregaba por completo. Tenla en poco a su pueblo como a los demás; no obstante, se empeñaba en conseguir su favor. Despreciaba a las dinastías reinantes, pero buscaba su amistad y reconocimiento. No creía en Dios y sin embargo le temía. La muerte !c era familiar y no deseaba morir; menos preciaba la vida y la quería gozar; no daba! importancia al amor y ambicionaba poseer a las mujeres; no creía en la fidelidad y en la amistad y trataba incansablemente de ganarse amigos. Apreciaba poco a este mundo y se proponía conquistarlo; no confiaba en los hombres a no ser que estuvieran dispuestos a ofrecerle su vida; por eso hizo de ellos soldados. Para asegurarse su amor les enseñó a obedecerle. Para confiar en ellos, tenían que morir por él .Quiso hacer feliz al mundo y le causó miserias. También se le amaba por su debilidad pues cuando se mostraba débil los hombres veían que era su semejante y se sentían afines a él. Cuando se mostraba dominante, le amaban por ello y porque no parecía ser su igual. Y quien no le amaba le odiaba o le temía. Era fuerte e inconstante, fiel y traidor, denodado y temeroso, noble y vulgar.
Ahora se encontraba ante las puertas de la ciudad de París.
Unos por miedo, otros por júbilo, arrojaban las insignias que había establecido el rey. El color de la casa reinante era el blanco; y sus partidarios llevaban cintas de ese color en la chaqueta.
Pero hoy, como por casualidad, centenares de hombres perdían sus cintas blancas; éstas yacían ahora profanadas, como mariposas albas arrojadas en el lodo negruzco del arroyo.