Nuestros nervios aminoraban gradualmente de
intensidad. Juan -ya sosegado él- se limpió la frente húmeda y rompió el silencio que
nos había atrapado:
-¡Malditos policías!, no me han dejado terminar.
Sus palabras me infundieron una leve sonrisa.
-¿Qué será de otros amigos nuestros? -le pregunté.
No me contestó, y al fin movió la cabeza
negativamente, entonces entendí que él no tenía idea de la situación
de otros compañeros aventureros.
Después de haber permanecido como un cuarto
de hora, salimos. Por intermedio de Matías, el encargado de la puerta, nos
enteramos que nuestros compañeros habían sido llevados a la comisaría por ser
menores de edad. Y ¿Roberto? El maestro había corrido la misma suerte. A él se
lo habían llevado por dos razones: Primero, por traer a los muchachos a un burdel; segundo, porque no contaba, en ese momento, con
el DNI.
-¡Nunca más a este lugar, carajo! -Exclamó Juan.