-Tú puedes -lo animó Roberto.
Y así, cada quien entramos con nuestras parejas en aquellos cuartos. A mí me tocó una
rubia, por cierto bonita ella.
Ya dentro, vi una cama, un armario para colocar la ropa, un televisor,
un equipo de sonido.
-¿Cómo quieres?, ¿con música, viendo la
película?, no sé., tú dirás -me dijo ella mientras se aprestaba a sentarse en el lecho, testigo
mudo de muchas aventuras.
-¿Cómo te llamas? -le pregunté.
-Linda.
Aquella mujer me infundía inocencia. Sentí
compasión. No llegué a entender la decisión que ella había tomado para estar
ahí. De buen grado la ayudaría para que ya no tenga que acostarse con cualquiera
por unos centavos. Pero ¿qué podía hacer? Nada. Aún yo era adolescente. Ella era
hermosa con una cabellera rubia que se deslizaba como hilos de oro por su espalda, y tenía una
sonrisa encantadora.
-¿De dónde eres, Linda?
-De Cusco.
-¿Por qué estás aquí?
No me contestó. Se puso ensimismada, bajó la
mirada hacia el piso. Noté en su rostro hermoso una
leve preocupación. Parecía arrepentirse.
-¿Qué pasó con tus padres?
-No lo sé. Hace buen tiempo que ya no los veo.
-Y. ¿cómo te sientes aquí?