Luego arribó Ernesto, quien, días antes,
estaba ansioso de llegar a "La Pampa". El resto de inscritos cuyos nombres
figuraban en la lista de Roberto iban llegando de uno en uno, hasta que en acudir último fue nuestro guía,
bien podría llamarlo maestro.
-¡Hola, chicos! ¿Cómo están?
-Bien, hombre -contestamos a coro.
-¡Genial! ¡Me alegra, de verdad!... Pero los
noto un poco nerviosos... relájense, muchachos, es natural; les digo por
experiencia... Para salir de semejantes apuros deben tener valor, ánimo, estar
decididos y, sobre todo, poseer seguridad; quiero decir, estar seguro de sí mismo y creer que todo va a
salir bien.
-Son motivadoras sus palabras, Roberto -me atreví a proferir.
-Hablando de ánimos, de valor... y todo eso,
nada mal sería visitar a la "Biblioteca", a manera de predisposición. Vamos, Chicos,
y echemos unas copas.
La verdad es que yo nunca había pisado en la
"Biblioteca", pero a través de otros amigos tenía información de qué se trataba.
Persuadidos por Roberto, fuimos a dicho local. El maestro puso los pies primero;
detrás seguimos los aventureros. Nos sentamos a una mesa. Roberto pidió media
docena de cervezas, y dijo que eran suficientes para fortalecer los ánimos y
estimular los nervios. A mi juicio, aquella taberna y otras existentes eran los
focos de perdición de los estudiantes, quienes atrapados por el vicio no hacían sino dañarse así
mismos. ¡Qué mal!
Mientras ingerimos aquel líquido espumoso en
vasos de cristal, Roberto vociferaba chistes y reíamos todos. Él hacía la conversación
bastante pintoresca.
-Bien, muchachos, ahora a cumplir la misión.
-sentenció Roberto después de que la última gota de cerveza expiraba
en su garganta.