-¿Estrenamos? -preguntó Ernesto.
-No sean graciosos; ustedes saben muy bien.
Entonces nuestras miradas colisionaron entre
sí, y comprendimos a qué se refería Roberto, el encargado de llevar adelante la proeza
de aquella tarde.
Roberto tenía los músculos y pectorales
bastante desarrollados, mientras nosotros éramos lánguidos y delgaduchos, con facciones de niños aún. Su jovialidad era
notoria y contagiante.
Una mañana nos dijo: «Todos quienes quieren
conformar la caravana y ser protagonistas en la "Operación La Pampa", se apuntan
conmigo.» Y, en efecto, Roberto tomó el papel y con un bolígrafo empezó a
inscribir. Ernesto fue el primero en afiliarse, luego, cada quien nos sumamos a
la lista de Roberto. Sin duda, la idea fue de él, y puso las manos a la obra
aquel mismo día. Para tal efecto, recorrió diferentes puntos de la ciudad con la
intención de inquirir los precios, incluso llegó a la ciudad
de Juliaca.
Hecha la cotización respectiva, Roberto
comunicó a todos nosotros: «Vamos a ir a "La Pampa"; he firmado un contrato con
el personal administrativo. Nos conviene porque está en Salcedo, a sólo cinco kilómetros
de aquí.»
Él estaba bien familiarizado con "La Pampa".
¡Cuántas veces había visitado! Según sus versiones supimos que, como mínimo,
acude dos veces por mes. Y siempre solía narrarnos sus aventuras; muchas veces
nos dejaba alelados. La hazaña de aquella tarde estaba en responsabilidad de
Roberto. Él nos llevaría a "La Pampa" y nos regresaría sanos y salvos a casa.
Quería que experimentáramos esas fantasías que barzoneaban en nuestras mentes
adolescentes. Y para concretizar tal idea empezó a organizar una caravana que
días después iba a salir hacia el enigmático -para nosotros- "La Pampa". Roberto
se comprometió ir como guía; y fijó el jueves próximo para consumar la
"operación", y dijo que nos concentráramos en la puerta de la Universidad, a las
cuatro de la tarde. Y, por último, nos aconsejó que nos alimentaríamos bien y, si es posible, haríamos ejercicios...
levantaríamos pesas...