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En síntesis, estamos en el umbral del desquiciamiento, del desmoronamiento de los andamios de la sociedad, la fuga de la confianza, el suicidio de la reciprocidad, el encarcelamiento de individuo en la celda de la fragmentación consumista y la ceguera de las necesidades del otro. No hay fin, estamos en el fin de una sociedad que renunció a crecer porque se embriagó en el menosprecio, la humillación, el despojo y el odio hacia los pobres y los sin oportunidades. Ahora bien, el ramillete de reciprocidades que derivan de la confianza, son nutrientes básicos de toda relación social y comunitaria, poseen una resistencia indoblegable que hace de la confianza un entramado de cruces de intimidad, confidencias, trasvasamiento de saberes y valores que dan cuerpo a una red densa de complicidades difíciles de desestructurar en plazos cortos. Esos sentimientos larvados en las relaciones de confianza intragrupal y/o intracomunitarias, dan pie a vínculos perdurables, con dosis de lealtad que subordina todos los afectos y emociones a la relación con el otro. Profanar la confianza, comercializar los sentimientos, devaluar la dignidad humana y humillar al otro, son herramientas efectivas de la estrategia de destrucción humana, en la medida que seca el manantial que riega la confianza y destruye los hilos asociativos de toda comunidad. Odiar es mejor que amar, humillar es preferible que a compartir, dice Bauman en su libro ¿ “La riqueza de unos pocos nos benefician a todos”? que el mundo de hoy ha caído en la trampa donde se vuelve inhóspito confiar en la solidaridad humana y la cooperación amistosa. El mundo que vivimos devalúa y desprecia la confianza recíproca y la lealtad, la ayuda mutua, la cooperación desinteresada y la pura amistad… nos sentimos rodeados de rivales, competidores en un juego de superación que no acaba nunca, un juego en el que darse la mano no suele diferenciarse de ir esposado y en el que el brazo amistoso se confunde frecuentemente con el encarcelamiento. (Bauman, 2014, p. 101) Hay dolor social al interior de la sociedad contemporánea, lo percibimos a través del odio como idea básica para destruir, opacar o disminuir al otro, en la voluntad que rige la conducta de todo aquel que no es pobre o carenciado y se siente omnipotente al obtener un empleo, cargo público, propiedad o bienes inmuebles superior a las posesiones del otro. Es un odio que busca residencia en el cuerpo del odiado para eliminarlo, fulminarlo y borrarlo del escenario, porque su existencia es una amenaza que se interpone en el camino, ya sea por demandar agua, servicios, espacios transitables o alimentos. Ese odio no es reconocido por el sujeto omnipotente, lo re-elabora como desprecio, tedio o displicencia ante todo aquello que según su criterio está fuera de lugar y estorba en el trayecto que debe recorrer, entonces hay que alejarlo a confines donde no lo vea.
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Sociología del dolor
de Robinson Salazar
ediciones Insumisos Latinoamericanos
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