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El asunto que ahora se revela trascendente es saber colocar en el plano de la lucha política-vindicativa el reconocimiento del otro, no la benevolencia ni compasión hacia él porque de conmiseración y lástima estamos hartos, se trata de eliminar y no paliar las desigualdades, y el fin de este dilema reside en reconocer el espacio, los derechos y reconocimientos de los “superfluos”, que al igual que los demás habitantes de una comunidad, país o región, exigen en igualdad de oportunidades.
Entonces el principio para eliminar la desigualdad es abrir el candado del reconocimiento, cuya esencia está compuesta por los siguientes ingredientes: Respeto, Dignidad, Honor y Aceptación. Si una persona es admitida moral y éticamente con esos elementos constituyentes del reconocimiento, está apta para establecer relaciones sociales afectivas, libre de confrontación, con seguridad emocional y de confianza. La ausencia del reconocimiento alimenta las larvas de los rencores, desprecio, odio y venganzas.
Sin embargo, en la barca del neoliberalismo, con la ausencia del Estado en la sociedad por menosprecio a las políticas sociales y el incremento de las políticas carcelarias y de criminalización, el menosprecio, la humillación, la invisibilización y estigmatización del pobre o “superfluo”, ha allanado el macadán de la indiferencia, la indolencia y la humillación sobre todo aquel que no es parte del engranaje del sistema económico-social.
Indudablemente que la negación del reconocimiento es un arma política demoledora, porque desmoraliza al otro, le rompe los tejidos de la autoconfianza, le construye un imaginario de que todo progreso, desarrollo, bienestar, educación, salud, vivienda digna, transporte público y espacios públicos adecuados son ajenos y prohibitivos para él, todo está fuera de su alcance, nació para ser pobre, desecho humano, sin opción a mejorar y su horizonte es el presente perpetuo de miseria, hambre y carencias.
La dignidad es una condición que no reside en su cuerpo ni en su conciencia, son indignos y el abuso sobre su persona no cuenta con defensa jurídica, social y moral que lo impida, porque su naturaleza de desposeído no le da más que sobrevivir de lo que sobra en el mundo, de ahí que los casos de abuso sexual, despojos, maltratos físicos, persecuciones, cárceles y desprecio se dan sobre la persona carenciada, los sin trabajos, sin techo, sin tierra y sin derechos.
Ahora bien, agreguémosle el complemento de la negación de la imputabilidad moral como persona jurídica y de pleno valor humano que se aprecia con la humillación y el maltrato físico, donde las huellas del ultraje son manifiestas en la incapacidad que revela el hombre para interaccionar con otros, él mismo no se ve como persona digna y duda de su condición humana hasta llegar, en casos extremos, a irrespetarse a sí mismo.

 
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