El 19, antes de la salida del sol habíamos llegado al borde del cráter, si se puede hablar en este caso de un borde de cráter, pues toda la montaña está excavada y rodean la inmensa caldera peñascos terriblemente abruptos orientados al oeste y nordoeste. El interior de la caldera está dividido en una serie de valles por varias cuchillas. Su parte norte está separada del resto por un elevado despeñadero, cuya pendiente interior, casi perpendicular, forma un pequeño cráter. En su base, en el fondo del cráter, se encuentran una cantidad de fumarolas bastante activas, cuyos chorros de vapor se unen en una sola columna y lanzan muy por encima de la circunvalación blancas nubes de vapor. Se dan allí una caldera como en el volcán de Pasto, en el Chiles y en el Cerro Negro, valles dentro de la caldera que sólo se puede comparar con la caldera de Palma y jamás pueden calificarse como cráteres. Las escarpadas peñas que la rodean (en su parte superior se calcula la profundidad en unos 400 a 500 m) estaban cubiertas de nieve congelada, y en consecuencia hacían vano todo intento de llegar a su interior.
La vista de las diversas secciones del borde de la caldera es maravillosa: una parte de la profunda olla con sus negras escarpas, las blancas nubes de vapor y los estrechos desfiladeros y más allá las montañas pobladas de bosques y los valles que se extienden al oeste hacia Esmeraldas y forman la cuenca del río Mindo; del otro lado, las laderas poco erosionadas del cono cubierto de cenizas y depósitos de piedra pómez entre los cuales afloran las negras masas de lava que constituyen los picos más altos; más abajo, los pajonales y las franjas boscosas que los limitan, un poco más arriba del valle de Lloa. Por encima de las montañas de la cadena de Ungui se ven luego, más allá de Quito, de los valles de Chillogallo y Turubamba, los llanos de Guaillabamba y más al este la imponente Cordillera de los Andes.
Un gran número de cumbres nevadas contribuyen a realzar la magnificencia del paisaje. Casi todas son volcanes. Un día muy diáfano, en el norte, logré distinguir en la azul lejanía las cimas coronadas de nieve del Cumbal y del Chiles, más cerca al enhiesto y casi negro Cotacachi, al Mojanda, el Imbabura y al nordeste, alzándose por encima de todos ellos, la colosal pirámide nevada del Cayambe. Al este emergían, por encima de la extensa cordillera, las masas de nieve de tres picos del Antisana, hacia el sudeste la cumbre nevada del Sincholagua, más al sud el majestuoso Cotopaxi y frente a él el peñasco sombrío del Rumifiahui. Muy lejos llegaban a divisarse los picos nevados del Tungurahua, el Carihuairazo y el Chimborazo, mientras a corta distancia se elevaban los picachos del Iliniza, con sus dos cimas y la caprichosa forma del Corazón. Oculto en parte por el Atacatzo, de menor altura, pero en cambio de formas más bellas.