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La unidad elemental del diseño gráfico, el signo gráfico, ha formado parte de la comunicación desde el principio de los tiempos. Así, el hombre primitivo seguía las huellas de los animales sobre el barro en su ruta de caza. Sólo con ese trazo elemental era capaz de componer en su mente la imagen del animal al que estaba siguiendo. El ser humano fue luego componiendo distintos elementos gráficos para formar imágenes que se tradujesen en significados simbólicos o reales. La asociación de palabras e imágenes permitió dotar de complejidad a la comunicación gráfica creando el rudimento del diseño gráfico, una disciplina que tiene como particularidad que sus mensajes no expresan las ideas de sus autores, sino de quién les encarga el trabajo. Esta circunstancia la dota de dos diferencias sustanciales con el arte: las obras de diseño deben planificarse y han de componerse con un lenguaje inteligible para el público al que va dirigido. A pesar de ello, los diseñadores tienen necesariamente una visión artística de sus obras, aunque esta tendrá que revisarse con el cliente antes de alcanzar la fase de producción. Hasta mediados del siglo XX no existía como tal la profesión de diseñador gráfico, y las empresas se valían de los denominados artistas comerciales, especializados en las diferentes ramas de la producción, que iban desde el ilustrador, los calígrafos, los tipógrafos, los retocadores o los responsables de la reproducción. No obstante muchos artistas comerciales fueron progresivamente manejando las distintas especialidades que exigía el diseño. El soporte más habitual de los trabajos es el papel sobre el que, hasta el siglo XIX, se plasman signos gráficos en blanco y negro, manejándose con mayor o menor soltura la relación entre imágenes y fondos, zonas blancas y tintadas, proporciones y texturas. Desde los orígenes del oficio, las ilustraciones se combinan con las palabras, heredadas en occidente del alfabeto romano. Desde el siglo XV hasta hoy mismo, la tipografía ha sido una de las líneas maestras del diseño, y ha ido cambiando su representación en función de las modas y de los adelantos técnicos.

Las tres funciones elementales del diseño gráfico son[4]:

1.- Identificación de lo representado: logotipos, símbolos, rótulos, etiquetas, etc.

2.- Información sobre lo representado: catálogos, folletos, mapas, diagramas, etc.

3.- Presentación y promoción de lo representado para captar la atención e imponer el mensaje: carteles y anuncios.

 

 

[4] Según Hollis, R., El diseño gráfico, Destino, Barcelona, 2000, pp. 7-10.

 
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de Ainhoa Martín Emparan

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