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No puedo negar que extraño la exposición y la rutina febril del trabajo que
amo pero siempre supe que así iban a ser las cosas. No esperaba que sucedieran
de otra manera. Lejos de retractarme, quise meter las manos aún más en el
barro para moldear este libro que terminará de ufanar a mis detractores. Si algo
han leído en las solapas de esta edición o se han enterado (para mi bien o para
mi mal) de la presentación que hice en aquella famosa conferencia de noviembre,
los hechos concretos que he querido dar a la luz y que descubrirán más adelante
transcurren a mediados de los años ochenta, el tiempo de mi primera infancia y
le suceden al núcleo íntimo de mi familia. Algún tiempo atrás mi padre me
entregó algo que había guardado celosamente para mí durante años, previsor de lo
que algún día podía despertarse en mi memoria. Una historia perdida en mi niñez
y que de asomarse con furia en mis fantasías, podía llegar a desequilibrar mi
cordura. O dejarme en evidencia penosa. El regalo fue un cuaderno, algo así como
un diario personal, no del todo contemporáneo a los hechos y que explica muchos
de los increíbles recuerdos que fueron brotando en mi cabeza a medida que crecía
y que yo contrastaba con la aburrida realidad de todos los días. Es que, a
partir de cierto día, empecé a despertar todas las mañanas con la insana
convicción de que (años atrás) había, habíamos vivido una extraordinaria
aventura. La luminosa ingenuidad de mis primeros años escolares me permitía
hacerla parte de mis charlas con mis compañeros e incluirla a veces en reuniones
familiares. Mis padres (ya entendería por qué) se alarmaron y pronto procuraron
calmar mis devaneos con mínimas explicaciones racionales y una sospechosa
advertencia para que nunca más los comentara en público. "Van a decir que estás
loca", me aseguraron con firmeza. Callé desde entonces y no pasó mucho tiempo
hasta que me convencí yo misma que todo había sido el resultado de un exceso de
imaginación infantil. Pasaría mucho tiempo, llegarían las dudas vitales de la
adolescencia y el paulatino (como nos suele suceder a todos) descubrimiento de
los secretos que nos guardan nuestros padres. Papá se dio cuenta antes que mi
madre y se preocupó en resolver algunas cosas en mi confundida cabeza. Me regaló
el cuaderno, el diario de los hechos, lo más detallado posible para que no me
quedaran dudas. O quizás como un ejercicio propio de ordenar su propio caos
mental. Me pidió primero que confiara en él a pesar de las cosas improbables que
iba a encontrar allí. Luego me hizo jurar que nadie más sabría de este cuaderno
ni lo que adentro se contaba.
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José De Zer y Los Guardianes de Viarava
de Camila Torres
ediciones deauno.com
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