Aun en contra de sus tempranas convicciones, el menemismo
socava las corporaciones que constituyen los pilares del peronismo histórico. La
burocracia sindical está dejando de ser un factor de poder. El empresariado
prebendario y contratista se debilita con la apertura del mercado. Las Fuerzas
Armadas pierden el complejo industrial que fuera la base de su alianza con
empresarios y sindicalistas. La reanudación de las relaciones con Gran Bretaña y
el veto del misil Cóndor II desvalorizan el nacionalismo belicista, militarista.
La apertura de los archivos sobre los nazis en la Argentina, aunque no aportó
nada nuevo, junto con el viaje de Menem a Israel y la extradición del criminal
nazi Josef Schwammberger, marcan la desvinculación con el pasado filonazi del
peronismo, del cual Perón nunca renegó. La Iglesia se defiende mal frente a la
ética permisiva y no logra recuperar el control de la vida privada, incluida la
sexualidad, ni reafirmar el pacto clerical policial que fuera uno de los
aspectos nefastos del peronismo tradicional.
Estas transformaciones no podían dejar de reflejarse también en
el estilo. Las movilizaciones de masas -que distinguen al fascismo- ya no se
dan; los espectáculos en la plaza pública han sido sustituidos por la proximidad
televisiva, la oratoria por el coloquio, el melodrama sensiblero de los 40 por
la manera fría, distendida, light, típica de los 90. El patetismo queda
en ridículo en esta sociedad que Gilles Lipovetsky llama humorística y a
la que se adaptan desde el Presidente con su participación en sketchs
cómicos hasta el diario progresista de oposición con sus titulares burlones.
El abandono de la política como religión, la indiferencia generalizada por los
grandes ideales de los años épicos, tienen su lado positivo: las relaciones
autoritarias se aflojan y el desencanto es preferible al fanatismo.
A pesar de la tentación hegemónica, puede decirse que el
menemismo acepta las reglas de la convivencia democrática, por lo menos hasta el
momento en que escribo este prólogo. En contraposición, el peronismo clásico
nunca toleró la libertad de opinión, de reunión, de prensa, los derechos
individuales y civiles, y abusó de la censura, la persecución ideológica, la
lista negra, el estado de sitio y el desacato.