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1. Atravesando comienzos Con una pereza que sólo sabe de bostezar, de dormirse tarde y rezongar ante el temprano amanecer. Con remolona pereza, esa que se resiste y me regala la dicha de no dejar atrás las vacaciones, viajo hasta este espacio para dejar constancia de mi más serena inercia. Se vislumbra otro punto de partida. Otro de los tantos a los que nos vamos enfrentando a diario, con desganada prisa. Y es que calmar una inerte quietud para enfrentarnos a otra de variedad más cinética, requiere de fuerza. Una fuerza para frenar lo que amasamos en reposo y otra para dar nuevamente impulso. Por estos pagos, hoy no encuentro ni la una ni la otra, como si la fuerza de voluntad me negara su solidaria entrega. Me resisto a huir de la calma y también, por partida doble, me niego a transitar las calles de colegio en escuela sumido en una brumosa y espesa carga de obligaciones. A veces creo que las obligaciones deberían evitarse. Sería muy sano para el organismo y la luminosidad del ser dejar fluir el alma hacia lugares y eventos en donde sentir la plenitud de la vida fuera como una suave cosquilla entre los días. Sin embargo, a menudo la obligación nos secuestra de entre la dicha y nos arranca con fuerza de nuestra calma, otorgando a la voluntad la presencia en la que a menudo se nos esconde, haciendo que nuestra vida se torne ágil, desmesurada, monótona de horarios y de un falso sentimiento de sabernos útiles ante una humanidad que nos observa. Incluso a veces, cada vez más, la prisa nos niega el placer de sumergirnos en la singularidad de nuestro ser y animarnos a pensar y a expandir con ello el alma, la mente y nuestro ser infinito.
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