Cuando su madre lo deja en su caja-cuna, el pequeño Saúl es un niño
desprotegido que duerme debajo de una mesa, dentro de esa caja de madera.
Mientras su mamá esta trabajando de mesera, Saúl pasa el tiempo dentro de la
caja y cuando su madre tiene que darle de comer lo alimenta, aunque le fastidia
tenerlo cerca de ella, y luego que él queda satisfecho, lo regresa a su sitio,
lejos de ella. Así Saúl va conociendo a su madre y percibe el desprecio que le
tiene.
Con los días y las semanas, Saúl ya es un niño que se hace querer. Es noble,
cariñoso, sentimental y juguetón, pero su madre no valora estas virtudes ni
tiene en cuenta los sentimientos, el cariño, el aprecio y el respeto que su hijo
se merece de ella.
La mujer es así y actúa de esta manera porque le hicieron mucho daño, porque
jamás imaginó que todo esto le ocurriera a ella. Su corazón se fue endureciendo
porque perdió el cariño de sus padres, porque cuando pasó por uno de sus peores
momentos, ellos no la apoyaron ni la comprendieron. La despreciaron y la
trataron de mentirosa, echándola de la casa. Por eso tiene la sensación de que
sus padres nunca la quisieron y eso la hace sentir muy mal. Quizás su error fue
callar lo que pasó, pero era tanto su temor y su vergüenza. nunca creyó que la
hermosa mujer iba a quedar embarazada.
Seis meses más tarde, Saúl ya tenía dientes, se sentaba solito, se paraba
arriba de la caja y se ponía a gritar que quería los brazos de su madre. Pero
ella tenía que trabajar y no podía darle toda su atención. Entonces, el niño
inquieto, salía de la caja donde dormía porque ya no quería permanecer más
tiempo allí. Le fastidiaba ese lugar, no jugaba, no se divertía y no hacía más
que llorar. Su madre se frustraba también y si bien buscaba entretenerlo un
poco, en realidad ya no sabía qué hacer con él, porque cuanto más iba creciendo,
más eran los berrinches con los que reclamaba con insistencia los brazos de su
madre porque necesitaba sus brazos, su calor, su cariño y que lo arrullaran. Ya
no quería esa caja fría y solitaria.
Su madre no tenía el tiempo para hacer todo lo que el niño requería, era poco
el tiempo que podía estar con él. Los meses fueron pasando y Saúl cumplió un
año.
Un año después, Saúl ya caminaba con pasos firmes. ¡Era tan hermoso! Blanco
de tez, sus ojos verdes claro, y su pelo chino y güero. Era muy juguetón, se
pasaba el tiempo entretenido en sus juegos. También era comilón. Su madre vivía
regañándolo porque se iba a la casa de los vecinos, ya que todos querían tenerlo
en su casa para jugar con él. Y Saúl, que necesitaba cariño -algo que su madre
no le daba- buscaba el amor en otras personas ajenas a su familia.
La mujer
seguía trabajando en el restaurante, sintiéndose sola, desolada y angustiándose
al pensar en el futuro. "¿Qué va a pasar conmigo? ¿Y con Saúl? ¿Qué voy a hacer
sola? ¿Estaré sola por siempre?", se preguntaba una y otra vez. Pero luego se
consolaba diciéndose a sí misma: "Sólo Dios sabe que va a ser de mí y de Saúl.
Me abandono en sus manos".