Esperaba oír el rumor de una risa infantil, de timbre de
cristal, la linda risa de los niños, que despierta hasta en el
corazón de los más viejos, un recuerdo de claro manantial.
Nadie apareció; nada se oyó.
-¡Juan, Juan!
-Estaba hace un momento en el umbral de la puerta, jugando con
un perrazo -dijo en la acera la portera de al lado, cuando Teresa,
acompañando a su cliente, le abría la puerta de la tienda.
El marido y la mujer se miraron, repentinamente inquietos.
En aquel momento ambos sintieron en el estómago algo
como un sobresalto de toda su sangre espantada, y palidecieron.