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Aquélla era época de grandes combates navales, pues había uno cada año y alguna escaramuza cada mes. Yo me figuraba que las escuadras se batían unas con otras pura y simplemente porque les daba la gana, o con objeto de probar su valor, como dos guapos que se citan fuera de puertas para darse de navajazos. Me río recordando mis extravagantes ideas respecto a las cosas de aquel tiempo. Oía hablar mucho de Napoleón. ¿Y cómo creen ustedes que me lo figuraba? Pues nada 4menos que igual en todo a los contrabandistas que, procedentes del campo de Gibraltar, se veían en el barrio de la Viña con harta frecuencia; me lo figuraba caballero en un potro jerezano, con su manta, polainas, sombrero de fieltro y el correspondiente trabuco. Según mis ideas, con este pergeño, y seguido de otros aventureros del mismo empaque, aquel hombre, que todos pintaban como extraordinario, conquistaba la Europa, es decir una gran isla, dentro de la cual estaban otras islas, que eran las naciones; a saber: Inglaterra, Génova, Londres, Francia, Malta, la tierra del Moro, América, Gibraltar, Mahón, Rusia, Tolón, etc. You había formado esta geografía a mi antojo, según ocedencías más frecuentes de los barcos, con pasajeros hacía algún trato; y no necesito decir entre todas estas naciones o islas, España era la mejorcita, por lo cual los ingleses, unos a modo de salteadores de caminos, querían cogérsela para sí. Hablando de esto y otros asuntos diplomáticos, yo y mis colegas de la Caleta decíamos mil frases inspiradas en,, el más ardiente patriotismo.

Pero no quiero cansar al lector con pormenores que sólo se refieren a mis particulares impresiones, y voy a concluir de hablar de mí. El único ser que compensaba la miseria de mi existencia con un desinteresado afecto era mi madre. Sólo recuerdo de ella que era muy hermosa, o al menos a mí me lo parecía. Desde que quedó viuda se mantenía y me mantenía lavando y componiendo la ropa de algunos marineros. Su amor por mi debía de ser muy grande. Caí gravemente enfermo de la fiebre amarilla que entonces asolaba a Andalucía, y cuando me puse bueno me llevó como en procesión a oír misa a la Catedral vieja, por cuyo pavimento me hizo andar de rodillas más de una hora, y en el mismo retablo en que la oímos puso, en calidad de exvoto, un niño de cera, que yo creí mi perfecto retrato.

Mi madre tenía un hermano, y si aquélla era buena, éste era malo, y muy cruel por añadidura. No puedo recordar a mi tío sin espanto, y por algunos incidentes sueltos que conservo en la memoria, colijo que aquel hombre debió de haber cometido un crimen en la época a que me refiero. Era marinero, y cuando estaba en Cádiz y en tierra venía a casa borracho como una cuba y nos trataba fieramente: a su hermana, de palabra, diciéndole los más horrendos vocablos, y a mí, de obra, castigándome sin motivo

Mi madre debió padecer mucho con las atrocidades de su hermano, y esto, unido al trabajo tan penoso como mezquinamente retribuido, aceleró su final, el cual dejó indeleble impresión en mi espíritu, aunque mi memoria puede hoy apreciarlo sólo de un modo vago.

En aquella edad de miseria y vagancia, yo no me quedaba más que en jugar junto a la mar o en correr por las calles. Mis únicas contrariedades eran las que pudieran ocasionarme un bofetón de mi tío, un regaño de mi madre o cualquier contratiempo en la organización de mis escuadras del espíritu no había conocido aún ninguna emoción fuerte y verdaderamente honda, hasta que la pérdida de mi madre me presentó a la vida humana bajo un aspecto muy distinto del que hasta entonces había tenido para mí. Por eso la impresión sentida no se ha borrado nunca de mi alma. Transcurridos tantos años, recuerdo aún, como se recuerdan las medrosas imágenes de un mal sueño, que mi madre yacía postrada con no sé qué padecimiento; recuerdo haber visto entrar en casa unas mujeres, cuyos nombres y condición no puedo decir; recuerdo oír lamentos de dolor, y sentirme yo mismo en los brazos de mi madre, recuerdo también, refiriéndolo a todo mi cuerpo, el contacto de unas manos muy frías, pero muy frías. Creo que después me sacaron de allí; y con estas indecisas memorias se asocia la vista de unas velas amarillas que daban pavorosa claridad en medio del día, el rumor de unos rezos, el cuchicheo de 4iunas viejas charlatanas, las carcajadas de marineros ebrios, y después de esto la triste noción de la orfandad, la idea de hallarme solo y abandonado en el mundo, idea que embargó mi pobre espíritu por algún tiempo.

 
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