Bab y Betty, abrazadas, sólo atinaban a proferir chillidos de
alborozo, pues nunca habían presenciado un espectáculo tan divertido. Pero
cuando la exhibición concluyó y el perro jadeando y ladrando se acercó a ellas y
las miró con sus extraños ojos amarillos la diversión volvió a trocarse en miedo
y las niñas no se atrevieron a moverse.
-¡Chist, vete!... -ordenó Bab.
-¡Fuera!... -articuló temblorosamente Betty.
Para alivio de ambas, el lanudo animal se desvaneció con la
misma rapidez con que apareciera. Movidas por un mismo impulso las dos niñas
corrieron para ver hacia dónde se había ido y tras una breve inspección
descubrieron el pompón de la cola que desaparecía por debajo de una cerca.
-¿De dónde habrá venido? -preguntó Betty sentándose a descansar
sobre una piedra.
-Más me agradaría saber adónde se fue para ir a darle su
merecido a ese viejo ladrón -gruñó Bab recordando las fechorías del animal.
-¡Ojalá pudiésemos hacerlo! ¡Espero que se haya quemado con la
torta!... -rezongó por su parte Betty, acordándose con tristeza de las ricas
pasas que ella misma picara para que su madre pusiese dentro de la torta que
habían perdido para siempre.
-La fiesta se ha estropeado, de modo que lo mejor será volver a
casa. -Y con pesar se dispuso Bab a emprender el regreso.
Betty frunció la boca como si estuviera por echarse a llorar,
pero repentinamente, rompió a reír no obstante su enojo.
-¡Que gracioso estaba el perro bailando en dos patas y girando
sobre su cabeza!... -exclamó- A mí me gustaría verlo otra vez hacer esas
piruetas, ¿y a ti?
-También, pero eso no impide que continúe odiándolo. Quisiera
saber que dirá mamá cuando... ¡Oh!... ¡Oh!... -y Bab se calló súbitamente
abriendo unos ojos tan grandes casi como los azules platitos del juego de
te.
Betty miró a su vez y sus ojos se dilataron aún más, porque
allí, en el mismo sitio donde la pusieran ellas estaba la torta perdida,
intacta, como si nadie la hubiera tocado, solamente la B se había torcido un
poquito más...