-Siempre eres tú el conductor... Yo quisiera serlo alguna vez,
en lugar de hacer siempre el papel de caballo y llevar en la boca un trozo de
madera mientras tú me tiras de los brazos -chilló la pobre Betty, quien estaba
cansada de hacer de cabalgadura.
-Creo que lo mejor será que vayamos a buscar el agua -sugirió
Bab, quien consideró conveniente hacer como que no oía las quejas de su
hermana.
-No debe haber muchas personas que se atrevan a dejar solos a
sus hijos frente a un pastel tan tentador con la certeza de que ellos ni lo
tocarán siquiera -dijo Betty orgullosamente mientras se alejaban hacia la fuente
llevando sendos recipientes en la mano.
¡Ay!..., ¡cuán pronto se desvanecería la confianza de estas
buenas madrecitas!... No habían pasado cinco minutos cuando, de regreso ya,
sorprendieron una escena que las dejó atónitas al mismo tiempo que se
estremecían de temor. Rígidas, boca abajo, yacían las catorce muñecas, y la
torta, la tan apetecida torta había desaparecido...
Durante un instante las dos pequeñas permanecieron inmóviles
contemplando la terrible escena. Mas Bab, reaccionando de su estupor, arrojó
lejos de sí el jarro de agua y haciendo un gesto amenazador con el puño gritó
con furia:
-¡Ha sido Sally!... Juró que se vengaría de mí por castigarla
cuando ella molestaba a la pobre Mary Ann y ha cumplido su juramento. Pero, ¡ya
me las pagará!... Corre tú por ese lado. Yo la buscaré por este otro. ¡Rápido!
¡Rápido!
Y salieron corriendo: Bab hacia adelante y la asombrada Betty
dobló obedientemente en dirección opuesta y se alejó tan ligero como se lo
permitieron sus piernas, mojándose con el agua del jarro que aún conservaba en
la mano. Dieron vuelta alrededor de la casa y se encontraron en la puerta del
fondo, sin haber dado con los rastros del ladrón.
-¡En la calle! -gritó Bab.