-Yo preferiría subir al desván y ver la rueca, los grandes
cuadros y los curiosos vestidos que guarda el arcón azul. Me muero de rabia
cuando pienso que todas esas maravillas con las cuales podríamos divertirnos
tanto están guardadas allí arriba... ¡A veces me dan ganas de echar abajo esa
vieja puerta!... -Y Bab giró en redondo dando un golpe con sus botas-. No te
rías, que tú lo deseas tanto como yo -agregó, retrocediendo algo avergonzada de
su impaciencia.
-No me río.
-¿Ah, no? ¿Supones que no me doy cuenta cuando la gente se
ríe?
-Pues te aseguro que te equivocas.
-Tú te ríes... ¿Cómo te atreves a mentir así?
-Si repites eso alzaré a Belinda y me iré derechito a casa.
¿Qué harás tú entonces?
-Me comeré el pastel.
-¡No lo harás! Mamá dijo que era mío; tú eres tan sólo una
invitada, de modo que, o te comportas como se debe o aquí concluye la
fiesta.
Esta terrible amenaza calmó al instante el enojo de Bab, quien
se apresuró a cambiar de tema.
-Bueno, no discutamos delante de los niños. ¿Sabes que mamá ha
dicho que la próxima vez que llueva nos permitirá jugar en la cochera y guardar
luego la llave?
-¡Qué bien!... Eso lo dice porque le confesamos que habíamos
descubierto la ventana bajo la viña y no obstante poder hacerlo no entramos en
la cochera -exclamó Betty sin rastros de rencor hacia su hermana, ya que al cabo
de diez años de vivir con ella estaba acostumbrada a su carácter arrebatado.
-Me imagino que el coche estará todo sucio y lleno de ratas y
telarañas; pero no me importa. Tú y las muñecas serán los pasajeros, y yo,
sentada al pescante, conduciré.