-A ellos les complacerá vernos tomar el té. ¿Olvidaste los
bollos? -preguntó Betty ansiosamente.
-No; los tengo en el bolsillo. -Y Bab extrajo de ese extraño
aparador dos desmigajados bollos que salvara del almuerzo y reservase para la
fiesta. Los cortó y dispuso en platos circularmente alrededor de la torta, que
aun estaba dentro de la cesta.
-Mamá no pudo guardarnos mucha leche, de modo que mezclaremos
la que nos dio con un poco de agua. Además ella dice que el té demasiado cargado
no es bueno para los niños.
Y tranquilamente inspeccionó Bab la pequeña cantidad de leche
que debía alcanzar para satisfacer la sed de toda la concurrencia.
-Sentémonos y descansemos mientras se colorea el té y la torta
se enfría; ¡estoy tan cansada!... -suspiró Betty dejándose caer sobre el umbral
de la puerta y estirando sus piernas regordetas que todo el día habían andado de
aquí para allá, ya que los sábados, así como hay diversiones hay también
obligaciones que cumplir, y hubo que hacer varios trabajos antes de que llegara
el momento de gozar de aquella extraordinaria diversión.
Bab se ubicó a su lado y miró distraídamente hacia el portón
donde una gran telaraña brillaba bajo los rayos del sol de la tarde.
-Mamá dice que va a ir a la casa grande dentro de dos o tres
días, puesto que, pasada la tormenta, vuelve todo a estar seco y tibio; y
nosotros iremos con ella. Durante el otoño no pudimos ir porque teníamos tos
convulsa y había allí mucha humedad. Ahora podremos ver muchas cosas bonitas.
¿No te parece que será muy divertido? -observó Bab después de una pausa.
-¡Sí, con toda seguridad! Mamá dice que en una de las
habitaciones hay muchos libros y yo podré mirarlos mientras ella recorre la
casa. Puede ser que tenga tiempo de leer alguno que luego te contaré -prometió
Betty, a quien le encantaban las historias y pocas veces tenía oportunidad de
leer alguna nueva.