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- Las incógnitas, mi querido clérigo, suelen ser desmemoriadas. Esta que ahora nos ha metido en el estaribel, no se paga en pelillos; va a su objeto, caiga el que caiga. A los que se prestan a servirla, les convierte pronto en esclavos.

- Bien sabe Dios - dijo don Pedro, suspirando -, que me metí en este negocio de tu corrección con alma y vida, llevado de un sentimiento fraternal... Ningún sacrificio me parecía bastante. Olvidé hasta mi dignidad, vistiéndome de seglar y metiéndome en los clubs, donde he contrariado mis gustos y perdido el estómago, oyendo de ciega plebe el vocear insano... Por amor al bien y a ti, por respeto de esa señora deidad, hice mil desatinos y ridiculeces. ¿Merecía yo que se arrastrara por la inmundicia de una cárcel la sagrada orden que profeso? Dime tú ahora con qué cara me presento yo en una iglesia pidiendo misa. ¿Mas qué digo, si a estas horas ya me habrá retirado el diocesano las licencias? Verdad que yo ahorqué los hábitos; pero me proponía volver a ponérmelos cuando lograra mi santo propósito de echarte el lazo y traerte a la virtud y a la honestidad. ¿Y ahora, quién me quitará la tacha de clerizonte renegado? ¡Preso por conspiración jacobina, envilecido mi nombre, pues aunque todo resulte de mentirijillas, a la opinión no le consta; en lo que me queda de vida, ¡ay!, he de pasar por un sacrílego, por uno de esos desdichados monstruos, como el organista de Vitoria en Zaragoza, el infame fray Crisóstomo de Caspe, que de fraile se trocó en masón, y de revolucionario en asesino.

- Yo creo - indicó Fernando con sorna- que la señora maga, si ha tenido poder para meternos en chirona con tanto salero, lo tendrá para darte a ti, ¡oh, venerable capellán, la reparación que te debe. ¿No dices que todo esto es pura comedia? Pues luego se te darán satisfacciones: resultará que te han preso por equivocación, que eres un sacerdote ejemplar, un santo misionero que ibas a las logias a predicar el amor al despotismo y la mansedumbre de los carneros de Dios... Como ésta es luz, ten por cierto que la invisible no se quedará corta en la compensación. Para mí, en cuanto suban los nuestros, digo, los de ella, te largan una mitra, clérigo, una mitra, y no veo que se puedan tasar en menos los sofocones une te han dado

- Bien te la has ganado, hijo: ya estoy viendo a tu ilustrísima echando bendiciones. Por de pronto, para quitarte el amargor de la cárcel, te tendrán dispuesta una canonjía..., eso seguro, como si lo viera... A estas horas tendrá firmado el nombramiento el señor Alvarez Becerra.

-¿Crees tú...? Hombre, no puede ser... Pues mira, en justicia... No es que yo lo pretenda, que soy, como sabes, desinteresado hasta la pazguatería... Pero...

- Pero tú debes renunciarlo; debes mantenerte en tu forzado papel de presbítero de armas tomar, y rebelarte ahora contra la incógnita y contra todos los poderosos que nos oprimen... Pásate a mi partido; unámonos contra ese poder oculto que nos trata como a parias; persigámosle hasta dar con él, y asaltemos esa Bastilla hasta no dejar piedra sobre piedra.

- Fernando, no disparates más, o quien tira la bota soy yo, y te rompo con ella las narices.

- Ahora pienso, mi buen clerizonte, que, en efecto, desvarío, porque la estoy llamando incógnita, y para ti no debe de serlo ya..., para ti, afortunado mortal eclesiástico, se ha quitado la careta...

 
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De Oñate a la granja de Benito Pérez Galdós   De Oñate a la granja
de Benito Pérez Galdós

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