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Su pasado encerraba una historia oscura y triste, conocida en mayor o menor grado por un alto porcentaje de los integrantes de la comuna. Había trabajado de arquitecto en un conocido edificio de construcciones hasta el día del asalto, cuando sufrió aquel episodio en el que fueron asesinados su mujer y sus dos hijos, y en el que casi pierde la vida. Uno de los oficiales se aproximó al escritorio y pudo observar una delicada lapicera atravesada encima de una hoja separada del montón. Luego le prestó mayor atención al papel y leyó en voz alta: —Confesión... Debajo de esta palabra estaba la firma del difunto. —¿Qué es lo que dice? —preguntó otro policía acercándose. —Parece ser una declaración… El hombre tomó con cuidado la pila de folios y la volteó. Entonces pudo leer el título: “El porqué de mi decisión” y debajo de éso: “Gerardo L. Bruner” —Supongo que esto puede ser una buena explicación del caso. —Definitivamente será una ayuda importante para no tener que darle mil vueltas en vano al asunto… Utilizando guantes, guardaron con cuidado los escritos en una bolsa para futuros estudios. Después se dedicaron a descolgar el cadáver de aquella cuerda atada firmemente de uno de los tirantes estructurales del techo de la habitación, parándose en el banquillo que antes le habría servido a Gerardo para concretar el horroroso acto. Lo subieron a una camilla, lo cubrieron con una oscura manta y lo llevaron hasta la ambulancia que esperaba ante la atónita mirada de los vecinos allí congregados, mientras se abrían paso entre la espesa masa humana que no hacía más que estorbar su trabajo. Un grupo de policías, entre los que se encontraba el detective perito en criminología, Marcos Garateli y su fiel compañero Eduardo Francis, se quedó varios minutos revisando el interior de aquella solitaria casona. Luego cerraron la puerta exterior llevando a cabo los procedimientos acostumbrados, para evitar que alguien ingresara sin permiso y alterara alguna de las pruebas que pudieran existir, y se marcharon. |
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