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Capítulo I
Una multitud observaba expectante a los oficiales de policía que forzaban la robusta puerta principal para ingresar a la residencia en la que había vivido la familia Bruner. Entre todo el gentío también se podían ver varias cámaras de televisión y los inevitables reporteros queriendo obtener la primicia del día antes que nadie. Entraron tres de los oficiales. Sólo encontraron silencio y soledad, puesto que la única persona que se hallaba dentro de la casa en ese momento, no podía responder. Habían llegado allí a causa de una denuncia proferida por un vecino de la zona, quien llamó por teléfono, casi gritando, a la comisaría más cercana. La patrulla no tardó en llegar y en observar lo que el denunciante les había indicado. Por una de las grandes ventanas de la casona, precisamente la del estudio del señor Bruner, cuyas persianas se encontraban completamente levantadas, podía verse la silueta de un hombre que ya no respiraba, colgado del techo por medio de una resistente cuerda y con un banquillo volcado a sus pies. A simple vista, era un caso de suicidio. Los oficiales avanzaron de prisa hacia la habitación donde se encontraba el cuerpo del desdichado. La puerta estaba cerrada con llave, así es que se vieron obligados a forzar su cerradura, como habían hecho con la anterior. Una vez dentro comprobaron que el hombre sin vida era el dueño de la casa, es decir, se trataba del mismo Gerardo Bruner. Los policías se encontraban en una sala bastante amplia, con repisas llenas de libros, un valioso escritorio hecho de madera y una silla junto a éste. Las luces del recinto estaban encendidas y, según los vecinos de la casa de al lado, lo habían estado durante toda la noche. Encima del bufete reposaba una añosa máquina de escribir y a su lado una pila de papeles escritos, de los cuales también había varios hechos bollos y esparcidos por el suelo. El cesto de la basura estaba repleto de ellos; al parecer, el hombre no habría querido tomarse el trabajo de vaciarlo.
El difunto había sido aficionado a la escritura y sus preferidas eran las historias de terror y suspenso. Ya había escrito un par de libros y estaba por terminar el tercero, sin embargo, no había publicado ninguno porque hasta el momento no se había convencido de que fueran de su total conformidad.
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