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-Parece usted harto pesimista respecto de los blancos y sobradamente optimista respecto de los negros, si es que no se divierte en inventar paradojas, - observé.

La expresión de mister Barclay cambió de pronto: la risa nerviosa que contraía sus labios trocóse en seriedad siniestra.

-¿Ha tomado usted parte en la guerra? - preguntó.

-No, señor.

-¡Ah!

Quedóse un momento silencioso mirando el horizonte, y las líneas crispadas de su máscara trágica fueron dulcificándose poco a poco, hasta la reaparición de su habitual sonrisa burlona.

-Entre la matanza -dijo- entre el degüello, pues también se degolló y furiosamente, de nuestro lado, aunque se calle, (¡así es la guerra!) yo pensaba, yo creía con la más ferviente convicción, que la humanidad estaba realizando un esfuerzo colosal, un sacrificio que llegaba hasta el de sus mejores sentimientos, de sus más nobles convicciones, para conquistar, al fin, sus aspiraciones de paz, de fraternidad, de justicia, de bienestar para todos los hombres. Así peleaba yo; por eso era implacable y hasta fui sanguinario. Al asaltar una trinchera, llegaba a la ferocidad salvaje,... por filantropía... Cerraba los ojos de la conciencia y hacía como los demás, peor que los demás. Soy creyente, y juzgaba que era preciso sacrificarse, perderse, condenarse, para salvar a los otros, a los que han de venir... ¡Y me he condenado inútilmente, por un espejismo, por una ilusión infantil!

Apoyados sobre la borda, contemplábamos la puesta del sol, que era aquel día deslumbrante.

-Mire usted el cielo - contestó mister Reginald Barclay, con una de sus más sardónicas carcajadas. -Es un mar de sangre luminosa que inunda los campos y las ciudades. ¿Ve usted la torre de los templos, el hacinamiento de las casas, fingidos por esa nube violeta, y que las olas rojas van invadiendo poco a poco? Es Londres, es París, es Berlín, es Constantinopla, es cualquiera de las grandes capitales, o todas a la vez, en fantástica síntesis... Aquí y allí un boquete verde esmeralda translúcido interrumpe como un lago tranquilo el paisaje siniestro, pero todo lo demás es rojo y el rojo de sangre se convierte en rojo de ignición, y casas y torres se ennegrecen, se carbonizan ... Como hoy fue ayer, como ayer será mañana, sangre y fuego, fuego y sangre, la destrucción, el anonadamiento en lo imaginario y en lo real. ¡Ya no tengo esperanzas!...

Y rió.

-No hay que desesperar - murmuré. -Tenemos el armisticio, mañana vendrá la paz.

-¡Con la injusticia!

-Tenga usted más fe en los hombres.

-Con la injusticia, - insistió. -Ya ha vuelto a imperar. El sacrificio es estéril. . . "¡Rule Britannia!" ... Todos quieren imperar, todos hacer conquistas, enriquecerse, creerse de esencia superior, divina... ¡Ya estoy harto!

Su risa se hizo convulsiva.

-¡Vamos! - exclamé para tranquilizarlo.- ¡La evolución se acentúa, la Liga de las Naciones está en formación! ...

 
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