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Vivíamos con grandeza -naturalmente en la relatividad aldeana, que no da pretexto a los lujos desmedidos-, "Tatita" gastaba cuanto ganaba o un poco más, pues a su muerte sólo heredé la chacra paterna, gravada con una crecida hipoteca que hacían más molesta algunas otras deuda"' menores. Sí; sólo teníamos una chacra, pero hay que explicarse: era una vasta posesión de cuatrocientas varas frente por otras tantas de fondo, y estaba enclavada es en el mismo centro del pueblo. Su cerco, en parte adobe, parte de pita, cina-cina, y talas, interceptaba las calles Libertad, Tunes y Cadilla, que corrían de Norte a Sud y las de Santo Domingo, Avellaneda y Pampa, de Este a Oeste Los cuatro grandes frentes daban sobre San Martín, Constitución, Blandengues y Monteagudo. Nuestra casa ocupa la esquina de las calles San Martín y Constitución, la más próxima a la plaza y los edificios públicos, y era una amplia construcción de un solo piso, a lo largo de la cual corría una columnata de pilares delgados, sosteniendo un ancho alero. En ella habitábamos nosotros solos, pues las cocina, cocheras, dependencias y cuartos de la servidumbre formaban cuerpo aparte, cuadrando una especie de patio en que Mamita cultivaba algunas flores y Tatita criaba sus gallos. En el resto de la chacra había algunos montecillos de árboles frutales, un poco de alfalfa, un chiquero, un gallinero y varios potreros para los caballos y las dos vacas lechera. Tengo idea de que alguna vez se plantaron hortalizas en un rincón de la chacra, pero en todo caso no fue siempre, ni siquiera con frecuencia, sin duda para no desdecir mucho del indolente carácter criollo que en aquel tiempo consideraba "cosas de gringos" ordeñar las vacas y comer legumbres. Con todo, nuestra casa era un palacio y nuestra chacra un vergel, comparadas con las demás mansiones señoriales de Los Sunchos, y nuestras costumbres de familia tenían un sello aristocrático que más de una vez envenenó las malas lenguas del pueblo, que zumbaban como avispas irritadas, aunque a respetable distancia de los oídos de Tatita. Esta especie de refinamiento, cada vez más borroso, se explica naturalmente: mi padre pertenecía a una de las familias más viejas del país, una familia patricia radicada en Buenos Aires desde la guerra de la Independencia, vinculada a la alta sociedad y dueña de una respetable fortuna que varias ramas conservan todavía. Menos previsor o más atrevido que sus parientes, mi padre se arruinó -ignoro cómo y no me importa saberlo-, salió a correr en busca de mejor suerte y fue a varar en Los Sunchos, llevando hasta allí algunos de sus antiguos hábitos y aficiones. |
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Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira
de Roberto J. Payró
ediciones elaleph.com
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