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Cuando Larsen despertó se hallaba sobre el banco de un río que corría bajando la montaña. Pensó que su cansancio le había jugado una mala pasada. Esta vez recordaba el valle lleno de sol, el manantial, las bellísimas mujeres que lo habían sumergido en el agua y la cuarta ninfa, quien había tomado posesión de su cuerpo.

Sin embargo, estaba en otro lugar y esto lo desconcertaba. Cargó su mochila y continuó el viaje. Sólo quedaban unas pocas horas de luz para que terminara el día. Decidió salir del borde del río para buscar una senda que seguramente lo llevaría al pueblo. Estaba caminando por el sendero cuando escuchó el trote de un caballo que venía por detrás de él.

Pensó que seguramente sería un Mapuche. Para su sorpresa, se dio vuelta y vio que sobre el animal venía montada una joven rubia y de ojos azules, quien sólo vestía un taparrabos dejando sus bellos pechos al desnudo. Estaba completamente desconcertado. Se dirigió a ella hablando un pésimo español:

-¡Hola!, ¿cómo tú te llamas? - Ella le contestó en perfecto escandinavo.

- ¡Hola!, Me llamo Cezka.- Él no esperaba la respuesta en su lengua natal.

- Cezka, ¿adónde vas? -Le preguntó, en escandinavo

- Voy al pueblo de Rucaneyú, donde yo vivo. Replicó ella.

- ¿Estamos muy lejos? -Pregunto él.

- No, después de la colina comenzaremos a ver las primeras casas del pueblo. Señor Larsen, se lo ve a usted muy enfermo.

La joven desmontó y forzó al extranjero a montar el animal. Ella tomó las riendas del caballo y comenzó a caminar. Subiendo la colina la muchacha se dio vuelta y se dirigió a él:

 - ¿Señor Larsen, viene usted del manantial?

"¿Cómo sabía ella su nombre y procedencia?" - Se preguntaba el forastero sin pronunciar palabra.

- ¿Señor Larsen, no me va Usted a contestar? Él la volvió a mirar directamente a los ojos y le contestó:

- Mira, Cezka, estoy exhausto. Hoy tuve un día muy extraño.

- Sí, lo comprendo Señor, hablaremos de eso en mi casa.

Ella era, en ese momento, su ángel de la guarda que lo auxiliaba. Al escuchar su nombre en boca de la chica que nunca había visto antes y su conexión con el manantial, lo dejó estupefacto. ¿Qué se supone que iba a contestarle? No pudo contestar nada.

Por otra parte, conocía bien la región habitada por Mapuches cuya piel era oscura, con ojos y cabellos negros. Nunca había visto en estos parajes, una mujer blanca, rubia y de ojos azules.

Recordó entonces, el libro que había leído antes de su partida, sobre la patagonia, el cual describía a los habitantes de Rucaneyú y cayó en la cuenta de que la muchacha era una nativa Kersen. Comprendió de inmediato que ellos eran escandinavos. Su desconcierto fue total. Pero su mente deseaba conocer mucho más acerca de sus compatriotas americanos.

Se sentía muy cansado y enfermo a tal punto que había perdido la noción del tiempo, miró su reloj y vio que eran las cinco de la tarde, de un día sábado. En completo silencio levantó su vista para ver las primeras casas de Rucaneyú.

 
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Los Kersen de Héctor Perrotta   Los Kersen
de Héctor Perrotta

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