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Al día siguiente despertó y bebió una taza de café bien caliente. Vinieron a su mente algunas escenas completamente aisladas de la noche anterior y pensó que había soñado. Cargó su mochila y tomó una picada que bifurcaba en medio de un bosque de arrayanes con mucha asiduidad. Él era una persona experimentada, sin embargo marcaba sobre su mapa cada punto de referencia que encontraba. En un momento dado pensó que estaba perdido. Había encontrado un lago que no figuraba en el mapa. Sacó su brújula para orientarse y corregir el rumbo. A pesar de su experiencia decidió ser precavido.

Caminó unos cuantos kilómetros y repentinamente vio una planicie en la altura, cubierta de pastos y flores silvestres. Delante de él, se abría un valle, y hacia abajo podía verse un gran manantial de agua cristalina que caía de la altura formando una cascada de regular magnitud. El salto de agua llenaba una gran pileta natural de rocas e inundada la misma el agua corría dando origen a un arroyo. Aquello era algo digno de ver. Al costado del riachuelo el verdor era infinito y había ciervos pastando y bebiendo. Aquel lugar era un verdadero paraíso.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que algo estaba mal. Había pasado muchas veces por ese sitio pero nunca lo había visto. Miró su brújula pero no tuvo suerte. La aguja del instrumento se había vuelto loca y giraba sin cesar de Este a Oeste.

Se sentó sobre unas grandes rocas que hacían de plataforma y pensó que estaba en el edén. Sólo el incesante gorjeo de los pájaros que le cantaban a la vida, podía ser escuchado en aquel paraje. El sol daba sobre su espalda y esto le permitía tener una buena visión del valle. Tirado sobre las rocas, escuchó el ruido de un trueno y una luz azul-violácea apareció delante de él. Vio claramente como tres bellísimas mujeres desnudas avanzaban por el arroyo. Quiso cargar su mochila pero no pudo, sus músculos no le respondían.

Las mujeres, sin hablar una sola palabra, se comunicaron con él:

- Nada malo te va a ocurrir. Déjate llevar por tus sentidos.

Éstas lo desnudaron muy delicadamente y lo llevaron al manantial. Allí lo sumergieron para purificar su cuerpo. El disfrutaba de aquellos momentos de placidez. Finalmente, lo sacaron del agua, lo secaron y lo perfumaron con pétalos de flores silvestres y luego se alejaron del lugar.

En ese momento vio la misma mujer de la noche anterior a su lado:

- Larsen, no temas disfruta, nada te pasará. Yo soy Kiriam. Tú has pasado muchas veces por aquí, pero nunca te detuviste.

Ella lo acariciaba con sus manos, pero no había lascivia en su rostro. Le mostraba a Él sus hermosos senos, su rubia y larga cabellera. Él se comunicó con ella a través de su mente:

- ¿De dónde vienes? ¿Quién eres? ¿Cuánto tiempo llevas en este valle?

- Larsen, yo vengo de la eternidad y llevo cientos de años deambulando por estos parajes. Las visitas por aquí son poco creíbles. Nadie se atreve a traspasar el Manantial. Y tú apareciste de la nada. Déjame amarte como sólo yo puedo hacerlo.

Él miraba deleitado las formas de la bella mujer, pero a medida que ella lo fue amando sintió un placer indescriptible, que no era de este mundo.

Kiriam, colocó su cuerpo encima de él mientras le acariciaba todas las zonas erógenas de su cuerpo. Ella le decía:

- Déjame amarte y entrégate a mí como alguna vez lo hiciste.

Las palabras de ella le resultaron extrañas por demás, mas no era tiempo de pensar. Él se entregó a ella por completo. No podía pensar en nada, sólo disfrutaba de un inconmensurable placer que se prolongaba en el tiempo y que iba más allá del orgasmo.

Ella lo había esperado a él por siglos y finalmente, lo había vuelto a encontrar. Él se fue quedando dormido a orillas del riachuelo.

 

 
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Los Kersen de Héctor Perrotta   Los Kersen
de Héctor Perrotta

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