La luz del día estaba desapareciendo y Larsen comprendió que no llegaría al
pueblo. Unos dos kilómetros más abajo encontró un granero abandonado que
seguramente debía ser usado para resguardar a los animales del frío durante el
invierno. Entró al mismo y al ver que estaba lleno de heno, su alegría fue
inmensa. Él pensó que esa noche dormiría como un rey. Fue hacia el fondo del
cobertizo e hizo un colchón de paja.
La luz había desaparecido y Larsen prendió una linterna hasta que se acomodó
en su improvisada cama. Se acostó boca arriba y apagó la luz. El silencio y la
oscuridad eran totales. Pese a su cansancio no podía dormirse. Decidió entonces
perder su vista en el techo del refugio. En eso estaba cuando el viento comenzó
a ulular y sintió un golpeteo sobre la madera. Estaba muy cansado y sus ojos
comenzaban a cerrarse cuando apareció un punto blanco y brillante en lo alto del
techo. A pesar del cansancio, el interés por lo que estaba viendo sobrepasaba su
estado físico. El punto se convirtió en un rayo de luz azul-violáceo que se fue
transformando en un gran círculo con forma de espiral.
Pensó entonces, que tanta soledad había afectado su razón. No podía aceptar
lo que estaba ocurriendo. La luz, ahora, se había convertido en un anillo
brillante y finalmente, a través del mismo, apareció la figura de una bellísima
mujer de pelo rubio y ojos azules.
Estaba completamente desnuda y lo observaba desde la altura. Quiso moverse
pero fue inútil, los brazos y las piernas no le respondían. Sólo su mente
permanecía lucida para disfrutar la maravillosa escena que transcurría frente a
él. La ninfa bajó como un fantasma desde lo alto y se acercó a su cuerpo. Tomó
su cara y la acarició, acercó su boca a la de él y lo besó mansamente varias
veces. Ella desapareció de su vista con la misma velocidad con que había
llegado. Él lejos de estar alterado, había cerrado sus ojos y dormía
profundamente sobre el heno.