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En que cuenta cuándo partió la armada, y los oficiales y gente que en ella iba

A 17 días del mes de junio de 1527 partió del puerto de San Lúcar de Barrameda el gobernador Pánfilo de Narváez, con poder y mandado de Vuestra Majestad para conquistar y gobernar las provincias que están desde el río de las Palmas hasta el cabo de la Florida, las cuales son en Tierra Firme; y la armada que llevaba eran cinco navíos, en los cuales, poco más o menos, irían seiscientos hombres. Los oficiales que llevaba (porque de ellos se ha de hacer mención) eran éstos que aquí se nombran: Cabeza de Vaca, por tesorero y por alguacil mayor; Alonso Enríquez, contador; Alonso de Solís, por factor de Vuestra Majestad y por veedor; iba un fraile de la Orden de San Francisco por comisario, que se llamaba fray Juan Suárez, con otros cuatro frailes de la misma Orden. Llegamos a la isla de Santo Domingo, donde estuvimos casi cuarenta y cinco días, proveyéndonos de algunas cosas necesarias, señaladamente de caballos. Aquí nos faltaron de nuestra armada más de ciento y cuarenta hombres, que se quisieron quedar allí, por los partidos y promesas que los de la tierra les hicieron. De allí partimos y llegamos a Santiago (que es puerto en la isla de Cuba), donde en algunos días que estuvimos, el gobernador se rehízo de gente, de armas y de caballos. Sucedió allí que un gentilhombre que se llamaba Vasco Porcalle, vecino de la villa de la Trinidad, que es en la misma isla, ofreció de dar al gobernador ciertos bastimentos que tenía en la Trinidad, que es cien leguas del dicho puerto de Santiago. El gobernador, con toda la armada, partió para allá; mas llegados a un puerto que se dice Cabo de Santa Cruz, que es mitad del camino, parecióle que era bien esperar allí y enviar un navío que trajese aquellos bastimentos; y para esto mandó a un capitán Pantoja que fuese allá con su navío, y que yo, para más seguridad, fuese con él, y él quedó con cuatro navíos, porque en la isla de Santo Domingo había comprado un otro navío. Llegados con estos dos navíos al puerto de la Trinidad, el capitán Pantoja fue con Vasco Porcalle a la villa, que es una legua de allí, para recibir los bastimentos; yo quedé en la mar con los pilotos, los cuales nos dijeron que con la mayor presteza que pudiésemos nos despachásemos de allí, porque aquel era muy mal puerto y se solían perder muchos navíos en él; y porque lo que allí nos sucedió fue cosa muy señalada, me pareció que no sería fuera del propósito y fin con que yo quise escribir este camino, contarla aquí. Otro día de mañana comenzó el tiempo a no dar buena señal, porque comenzó a llover, y el mar iba arreciando tanto, que aunque yo di licencia a la gente que saliese a tierra, como ellos vieron el tiempo que hacía y que la villa estaba de allí una legua, por no estar al agua y frío que hacía, muchos se volvieron al navío. En esto vino una canoa de la villa, rogándome que me fuese allá y que me darían los bastimentos que hubiese y necesarios fuesen; de lo cual yo me excusé diciendo que no podía dejar los navíos. A mediodía volvió la canoa con otra carta, en que con mucha importunidad pedían lo mismo, y traían un caballo en que fuese; yo di la misma respuesta que primero había dado, diciendo que no dejaría los navíos; mas los pilotos y la gente me rogaron mucho que fuese, porque diese prisa que los bastimentos se trajesen lo más presto que pudiese ser, porque nos partiésemos luego de allí, donde ellos estaban con gran temor que los navíos se habían de perder si allí estuviesen mucho. Por esta razón yo determiné de ir a la villa, aunque primero que fuese dejé proveído y mandado a los pilotos que si el Sur, con que allí suelen perderse muchas veces los navíos, ventase y se viesen en mucho peligro, diesen con los navíos al través y en parte que se salvase la gente y los caballos. Y con esto yo salí, aunque quise sacar algunos conmigo, por ir en mi compañía, los cuales no quisieron salir, diciendo que hacía mucha agua y frío y la villa estaba muy lejos; que otro día, que era domingo, saldrían con la ayuda de Dios, a oír misa. A una hora después de yo salido la mar comenzó a venir muy brava, y el norte fue tan recio que ni los bateles osaron salir a tierra, ni pudieron dar en ninguna manera con los navíos al través por ser el viento por la proa; de suerte que con muy gran trabajo, con dos tiempos contrarios y mucha agua que hacía, estuvieron aquel día y el domingo hasta la noche. A esta hora el agua y la tempestad comenzó a crecer tanto, que no menos tormenta había en el pueblo que en el mar, porque todas las casas e iglesias se cayeron, y era necesario que anduviésemos siete u ocho hombres abrazados unos con otros para podernos amparar que el viento no nos llevase; y andando entre los árboles, no menos temor teníamos de ellos que de las casas, porque como ellos también caían, no nos matasen debajo. En esta tempestad y peligro anduvimos toda la noche, sin hallar parte ni lugar donde media hora pudiésemos estar seguros.

 
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Naufragios de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca   Naufragios
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