Desembarqué con mi equipaje, que
era un poncho grueso de lana, criollo, de los tejidos a mano, muy lleno de
colorinches, y que le había ganado a la taba a un peón
catamarqueño en Tucumán: se lo había hecho la mujer
qué sé yo en qué punta de
años...
¡Ah!,
ya había volado hasta el último cobre en las comidas y copetines
del viaje; así es que me encontré en Campana con que para seguir a
Buenos Aires tenía que empeñar o vender alguna prenda... y a no
ser el poncho... Creerán que esto no tiene nada que ver con mi
casamiento; pero esperen un poco... La miseria, como buena vieja brava hace con
el hombre lo que se le antoja... A mí me hizo llegar hasta el casorio; ya
verán...