https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Smarra" de Carlos Nodier | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Domingo 19 de mayo de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas (1)  2 
 

 

PRÓLOGO

«Sobre asuntos nuevos se hacen versos viejos», ha dicho Andrés Chénier. Esta idea me preocupó singularmente en mi juventud, y preciso es decir, para explicar y excusar mis inducciones, que en mi juventud presentí antes que nadie el infalible advenimiento de una literatura nueva. Para el genio, esto podría ser una revelación; para mí no fue más que un tormento.

Sabía yo que los asuntos no estaban agotados, que existían inmensas regiones inexploradas en la imaginación, pero lo sabía confusamente, como pueden saberlo las inteligencias mediocres, y navegaba muy lejos hacia las costas de América, esperando descubrir un mundo nuevo y que una voz querida me gritase: ¡Tierra!.

Una cosa, empero, me extrañaba y contenía: la de que, al fin, en todos los generos de literatura la invención se enriquecía a medida que se perdía el buen gusto, y que los escritores en que aquélla se manifestaba nueva y brillante, retenidos por un extraño pudor, no se atrevían a lanzarla a la publicidad sino bajo la máscara del cinismo y la irrision, como la Locura de los regocijos populares o la Ménada de las bacanales.

Estas son las características de los genios trigéminos que se llamaron Luciano, Apuleyo y Voltaire.

Mas si se busca el alma de esta creación de los tiempos acabados, se encontrará en la fantasía. Los grandes hombres de los pueblos viejos, vuelven como los ancianos a los juegos de niños y afectan desdén hacia los juiciosos; pero así dejan desbordar alegremente toda la potencia que la Naturaleza les había dado. Apuleyo, filósofo platónico, y Voltaire, poeta épico, son dos enanos que inspiran lástima; el autor de El Asno de Oro, el de la Doncella y el de Zadig, ¡esos son verdaderos gigantes!

Un día comprendí que lo fantástico tomado en serio, podía resultar completamente nuevo, si la idea de novedad puede tener una acepción absoluta en una civilización antigua. La Odisea de Homero es de un fantástico serio, pero tiene el carácter propio de las concepciones de los primeros tiempos, el de la ingenuidad. Sólo me quedaba, para satisfacer este instinto curioso e inútil de mi débil espíritu, descubrir en el hombre la fuente de un fantástico verosímil o verdadero que resultaría de las presiones naturales o de las creencias difundidas en medio de los elevados espíritus de nuestro siglo incrédulo y tan apartado de la antigua sencillez. Lo que yo buscaba, muchos hombres lo habían encontrado: Walter Scott y Víctor Hugo, en los tipos extraordinarios, pero posibles, circunstancia hoy dia esencial que falta a la realidad poética de Circes y Polyfemo: Hoffmann, en el frenesí nervioso del artista entusiasta, o en los fenómenos más o menos demostrados del magnetismo; Schiller, para quien no existían dificultades, había de hacer brotar emociones fuertes y terribles de una combinación más común todavía en sus medios, de la convivencia de dos charlatanes de mercado, expertos en fantasmagorías.

El mal éxito de SMARRA no me hubiese probado que me había completamente engañado acerca de otro resorte de lo fantástico moderno más admirable, a mi juicio, que los otros; lo único que me habría demostrado es que no acerté a emplearlo, que tengo necesidad de aprender. Esto ya lo sabía.

La vida de un hombre organizado poéticamente, se divide en dos series de sensaciones, poco más o menos iguales, del mismo valor: una que resulta de las ilusiones de la vida despierta, y la otra que se forma de las ilusiones del sueño. No discutiré sobre la ventaja relativa de una u otra de estas dos maneras de ver el mundo imaginario, pero estoy plenamente convencido de que nada tienen que reprocharse mutuamente a la hora de la muerte. El soñador no valdrá más que el poeta ni el poeta más que el soñador.

Lo que me extraña es que el poeta despierto se haya aprovechado tan raramente en sus obras de las fantasías del poeta dormido, o a lo menos que tan raramente haya confesado que las tomaba prestadas, porque en realidad el préstamo en las concepciones más audaces del genio es incontrovertible. El descenso de Ulises al infierno es un Suefío. Esta coparticipación de facultades alternativas comprendíanla sin duda los escritotes primitivos. Los sueños ocupan preferente lugar en las Escrituras; una tradición singular ha conservado, a través de todas las circunspecciones de la escuela clásica, la idea de la influencia de los sueños sobre el desarrollo del pensamiento.

No hace aún veinte años que el sueño era de rigor cuando se componía una tragedia; yo conozco más de cincuenta y, por desgracia, al oírlas, dijérase que sus autores no habían soñado nunca.

A fuerza de asombrarme de que la mitad, más de la mitad sin duda, de las imaginaciones del espíritu no se hubierán convertido nunca en asunto de una fábula ideal, pensé en ensayarlo para mí solo, pues casi nunca aspiré a que los demás se ocupasen en mis libros y prefacios, de los que se ocupan muy poco. Un caso bastante vulgar de organización que me ha entregado toda mi vida a esta magia de los sueños, cien veces más lúcida para mí que mis amores, mis intereses y mis ambiciones, me arrastraban hacia ese asunto. Una sola cosa me repelía casi invenciblemente y es preciso que lo diga. He sido siempre admirador apasionado de los clásicos, únicos autores que leía bajo las miradas de mi padre, y hubiera renunciado a mi proyecto de no haber encontrado la manera de ejecutarlo en la paráfrasis poética del primer libro de Apuleyo, al que debía tantos sueños extraños que acabaron por preocuparme durante el día con los recuerdos de la noche.

Pero no es esto todo. Yo tenía necesidad y también para mí, claro está, de la expresión viva y a la vez elegante armoniosa de esos caprichos de los sueños que no han sido nunca escritos, y los cuentos de hadas de Apuleyo no me daban más que la trama.

Como el campo de este estudio no parecía aún ilimitado a mi joven y Vigorosa paciencia, me ejercitaba intrépidamente en traducir y volver a traducir todas las frases casi intraducibles de los clásicos que convenían a mi plan en fundir, suavizar y limar para conservar la forma del primer autor, según había aprendido en Kloptak y en Horacio:

Et male tornatos incudi reddere versus

Esto sería ridículo a propósito de SMARRA, si no encerrase una lección para los jóvenes que se dedican a escribir en lenguaje literario y que, a mi juicio, no lo lograrán sin esta elaboración concienzuda de la frase bien hecha y de la expresión bien encontrada. Les deseo, que les sea más favorable que a mí.

 
Páginas (1)  2 
 
 
Consiga Smarra de Carlos Nodier en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Smarra de Carlos Nodier   Smarra
de Carlos Nodier

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com