PRÓLOGO
Muchos Robinsones han despertado ya la curiosidad de nuestros
jóvenes lectores. Daniel de Foë, en su inmortal Robinsón
Crusoé, ha puesto en escena al hombre solo; Wyss, en su
Robinsón Suizo, a la familia; Cooper, en El Cráter,
a una sociedad con sus múltiples elementos, y yo en La Isla
Misteriosa he presentado a algunos sabios luchando con las necesidades de su
penosísima situación.
Se ha escrito también El Robinsón de doce
años, El Robinsón de los hielos, El Robinsón de las
niñas, y otros; pero con ser tan grande el número de novelas
que componen la serie de los Robinsones, no la considero completa, y he
creído que para ello sería conveniente publicar un libro cuyos
protagonistas fueran algunos jovencitos de ocho a trece años, abandonados
en una isla, luchando por la vida en medio de las contrariedades ocasionadas por
la diferencia de nacionalidad; en una palabra, un colegio de
Robinsones.
Verdad es que en Un capitán de quince años
procuró demostrar lo que pueden el valor y la inteligencia de un
niño enfrente de los peligros y de las dificultades de una
responsabilidad muy grande para su edad; pero se me ha ocurrido después
que si la enseñanza contenida en dicho libro ha de ser para muchos
provechosa, se hacía necesario completarla.