I
Anteriormente he contado a ustedes
las hazañas de los ejércitos, las luchas de los políticos, la heroica conducta
del pueblo dentro de las ciudades; pero esto, con ser tanto, tan vario y no poco
interesante, aunque referido por mí, no basta al conocimiento de la gran
guerra.
Ahora voy a hablar de las
guerrillas, que son la verdadera guerra nacional; del levantamiento del pueblo
en los campos, de aquellos ejércitos espontáneos, nacidos en la tierra como la
hierba nativa, cuya misteriosa simiente no arrojaron las manos del hombre; voy a
hablar de aquella organización militar hecha por milagroso instinto a espaldas
del Estado, de aquella anarquía reglamentada, que reproducía los tiempos
primitivos.
Ustedes sabrán que a mitad de 1811
Napoleón, creyendo indispensable tomar a Valencia, puso esta empresa en manos
del mariscal Suchet, que había ganado a Lérida en 13 de Mayo de 1810, a Tortosa
en 2 de Enero del siguiente año y en 28 de Junio a Tarragona. Asimismo sabrán
que las Cortes, dispuestas a defender la ciudad del Turia, enviaron allá al
general Blake, regente a la sazón, hombre muy honrado, buen patriota, modesto,
respetable, conocedor del arte de la guerra; pero de muy mala fortuna. Sabrán
que las fuerzas llevadas por Blake desembarcaron mitad en Alicante, mitad en
Almería, uniéndose al tercer ejército que se vio obligado a empeñar en la Venta
del Baúl acción muy reñida contra las divisiones de Goldnot y Leval. Sabrán que
el pobre D. Ambrosio de la Cuadra y el desgraciado D. José de Zayas tuvieron la
desdicha de sufrir una derrota medianilla en el mencionado punto, retirándose a
Cúllar, después de dejar 1.000 prisioneros en poder de los franceses y 450
cuerpos sobre el campo de batalla. Sabrán que Blake marchó a Valencia recogiendo
en el camino cuantas tropas encontró a mano; pero lo que indudablemente no saben
es que yo, aunque formaba parte de la expedición desembarcada en Alicante, ni
fui a Valencia, ni me encontré en la funesta jornada de la Venta del
Baúl.