-Señora, tripas llevan pies, que no
pies tripas, como dijo el otro, y que nos han de dar raciones no tiene duda,
porque estos valientes soldados no han probado nada desde ayer.
-Sigan adelante, y en Tabladillo o
Cereceda puede que encuentren algo. Lo que es en Sacedón...
-De aquí no hemos de pasar porque no
somos máquinas. Venga lo que haya al momento, o sino lo tomaremos: que eso de
derrotar ejércitos franceses sin probar bocado no está escrito en mis
libros.
-¡Derrotar ejércitos franceses!
-exclamó la vieja con desdén-. ¿Quién? ¿Ustés? Los militares de casaca
azul y morrioncete? Hasta ahora no lo hemos visto.
-¿Duda de nuestro valor la
señora?
-La gente de tropa no sirve para
nada. Van y vienen, dan dos tiros al aire y luego ponen un parte diciendo que
han ganado una batalla... Señores oficialetes, estos ojos han visto mucho
mundo... y en verdad que si no fuera por los empecinados y demás gente
que se ha echado al campo por dar gusto al dedo meneando el
gatillo...
-Bueno; dejemos a la historia que
nos juzgue -dijo con festiva gravedad mi compañero, que era algo chusco-.
Entretanto, nosotros necesitamos para nuestra gente pan, un poco de cecina,
caza, legumbres y vino si lo hay... Veamos quién manda aquí. ¿No hay alcalde,
corregidor, gobernador, ministro, rey, o demonio a quien dirigirnos?
-Aquí no hay nada de eso, amiguito
-repuso la vieja-. Ya he dicho que sigan hacia Tabladillo o Cereceda.